Como es notorio, el desmadre se intenta encubrir con el barullo, y las meteduras de pata, con palabras. Ya saben que los errores de los vecinos se tapan discutiendo, los de los abogados se tapan elevando recursos, los de los arquitectos con árboles y los de los médicos con tierra. Así son las cosas. Pero los políticos no juegan a ese juego porque jamás se equivocan. Ni se enmiendan, como los toreros con pundonor y “la gente principal”, cuyo rango, prestigio y autoridad les impele a “sostenella y no enmendalla”. Los políticos la mantienen culpando a los periodistas, desdeñados como gusanos “goebbelsianos”. El caso es que ellos –y no sólo es cosa de ahora-- se lavan las manos asegurando que donde dicen Diego han dicho digo. Y así es como nos hemos quedado a dos velas con el trasiego de soldados –llamados ahora efectivos-- entre Iraq y Afganistan, porque unos son buenos y los otros, malos, a tal punto que las tropas que estaban con los buenos (?) no se alinearán frente a los malos, de donde parece deducirse que tenemos militares especializados en matar selectivamente los unos a la gente decente y los otros a la gente ruin. En fin, en algun otro momento, tal vez con otro Gobierno y pasados unos años, nos aclararán este pormenor.
Desde luego, no seríamos capaces de sobrevivir sin el efecto lenitivo y tranquilizador del eufemismo. Por una piadosa idea de la cortesía o un perverso propósito de mentir, parece que los ciegos ven un poco si son sólo invidentes, y las putas son más virtuosas si después de prostitutas, coimas, metretrices y busconas las llamamos azafatas o secretarias; y es más fina la planificación familiar que dejar de tener hijos, porque cuando el programa falla, la alternativa es abortar –una salida discutible--, a no ser que se trate de una interrupción del embarazo.
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