viernes, 23 de enero de 2009

COMO DIOS

“De Dios abajo, ninguno”, decían nuestros clásicos para ponderar una preeminencia, un privilegio o un honor. Y en ese abajo incluían la entonces sacrosanta figura del Rey, representante de la divinidad ante su país e investido de cetro y corona por la gracia de Dios. Hasta nuestros mismos días, cuando se pretende encarecer una interdicción, se apela a la irreverencia para advertir sacrílegamente que algo no puede o debe hacerlo ni Dios.

Algo está cambiando sin embargo, porque Dios no se atreve como algunos jueces a reinterpretar el Derecho Natural.

No me refiero al matrimonio hetero u homosexual porque esa no es cosa de Dios sino de los hombres, pero si antes los magistrados no respondían de sus actos mas que ante el Todopoderoso, el agnosticismo emergente los ha liberado de la sumisión al Altísimo. De todos modos me compadezco sinceramente del rango que se han otorgado, porque les ha abocado a una responsabilidad cenital y a la desoladora soledad de los elegidos. Me pregunto a quién pedirán consejo en sus tribulaciones hallándose tan por encima del común de los mortales; los justiciables se interrogan sobre cómo sacan iempo para realizar su trabajo en solo media jornada; los contribuyentes se pasman de una labor tan pulcra, minuciosa y diligente, y todos inquieren confundidos cuál pueda ser el alguacilador que los alguacila porque “el mejor escribano echa un borrón”.

En una sociedad jerarquizada de esas en las que “cada miembro tiende a ascender hasta alcanzar su nivel de incompetencia” como sentenció Laurence J. Peter, todas las instancias remiten a otra superior salvo la Magistratura. De los poderes que sustentan el Estado, el Ejecutivo depende del Legislativo y el Legislativo de los electores, de modo que ambos saben a quién deben rendir cuentas; pero el poder Judicial es el eslabón perdido, el cabo suelto, autónomo –y autista en según que casos--, que flota en un limbo de “irresponsabilidad” impune, capaz de hacer sucumbir a la Democracia. A los jueces y su trabajo no los controla ni el Rey ni Roque.

Los magistrados son los únicos mortales tan pagados de su redonda plenitud y tan conscientes de que nadie les supera en calidad, que se ven impelidos a recurrir al criterio de la cantidad. Y así solo es mejor y más certero que un juez, dos jueces, o tres, o cuatro. Y si estos declaran que el juez ha cometido una falta e incluso un delito punible, es posible desbaratar sus argumentos solo si un grupo mas numeroso de jueces así lo decide. Porque tienen un concepto sacramental de su cometido y una idea eclesial y vaticana del corporativismo gremial.

Una vez se cruzaron en mi camino estos funcionarios infalibles y me trataron como a un delincuente; dictaron una orden de busca y captura como si fuera Billy El Niño porque algún inútil subalterno no me encontró en mi domicilio de siempre –tan habitual que me hallaron cuando les plugo-- y encima tuve que perder horas preciosas de mi vida para demostrar que no era culpable y tampoco había huido de la Justicia. Ahora va para dos años, aguardo la resolución de un Abintestato limpio, sin terceros ni opositores. Si se lo hubiera confiado a Dios me quedaría el recurso de la oración. Pero los magistrados no atienden las preces: son sólo como Dios.



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