jueves, 22 de enero de 2009

LA SENDA DE LA GUERRA

Nostradamus aparte; aparte vaticinios y augurios nefastos, todo parece indicar que nos deslizamos otra vez al despeñadero y que Israel va a salirse con su propósito de desencadenar una guerra generalizada como ha pretendido en varias ocasiones, para distraer de una operación bélica que le permita reunir en un estado todas las naciones del Libro. Cuando una comunidad tiene la soberbia de postularse como el Pueblo Elegido por la divinidad, siempre sus grandes e históricos fines justifican plenamente los medios que se elijan para alcanzarlos.

Los hebreos, que pocas veces se han distinguido por la solidaridad ni las acciones valerosas, como ha demostrado la mansedumbre con que han aceptado todos los “pogrom”, desean edificar el imperio que nunca tuvieron cuando era necesario empeñar la voluntad colectiva para acometer hazañas desmedidas de suerte dudosa.

Fiando en la actual “globalización” en que siempre han sido pioneros, y tomando impulso en el poderoso “lobby” judío que actúa como una quinta columna que está erosionando los Estados Unidos, los sionistas han creído llegado el momento estelar para favorecer el advenimiento del mesías y liderar el mundo. Y aunque no es seguro que estos proyectos se avengan con los designios de Dios, es probable que la inhumana crueldad de la agresión al Islam –mientras siguen produciendo películas en que se plañen de la vesania antisemita de los “nazis”--, la inducida crisis del petróleo, las veleidades pueblerinas y alicortas de los países musulmanes, y la codicia desalmada de una sociedad que se cisca en todas las normas éticas, arrastren al Planeta a una catástrofe bélica con epicentro en el Mediterráneo, en que contenderán armas atómicas de judíos, moros y cristianos. Una guerra que tal vez dure pocos días, los justos para que entiendan unos y otros que ya nadie puede obtener la victoria porque comienzan a percibir los primeros efectos de la fisión nuclear en su organismo.

Pero si eso sucede, deseo, en nombre de los que sucumbamos en el primer momento o estemos iniciando en cualquier lugar cubierto o a la intemperie una larga agonía, que los instigadores de esa carnicería como Ehud Olmert y el infartado Ariel Sharon, con los siete millones y pico de israelíes que están imponiendo sus intereses, sus complejos, sus caprichos y sus odios a cientos de millones de personas, se mueran en el fondo de sus refugios nucleares sin atreverse a salir a la luz para que no se les sublime la armazón.

Y pediré también al cielo que Daniel Baremboim y sus músicos israelíes y palestinos para la Paz, --como los grupos nacidos para la fraternidad en aquella tierra de Caín--, conserven la vida en la remota esquina de la Tierra en que ese día estén dando su concierto para que sean testigos de la maldad de los lisiados del alma y constituyan el fermento de una sociedad nueva, capaz de entender sin prejuicios que Jahvé, Alláh y Dios son tres maneras de nombrar al mismo Ente supremo del que habla el Libro, utilizado por unos y otros para sembrar la muerte estos días de Navidad en la franja de Gaza. Un Ser que es Absoluto pero tan huidizo e irónico como los puntos cardinales, y del que nadie puede predicar la existencia, ni siquiera San Anselmo que llevado de una fe candorosa alimentada por un arrollador optimismo metafísico, se hacía trampa cimentando la necesidad en el deseo.

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