Sabíamos ya, y creo que se lo conté en cierta ocasión, que la preñez de la luna favorece lo que ahora llamamos violencia de género, las riñas y pendencias entre congéneres, la incidencia de los infartos de miocardio y otros episodios vasculares, el nacimiento apresurado de bebés que se hallaban al caer y, lo que nunca podrían imaginarse, aumenta la venta de paraguas. No se rían, que es un dato avalado por la estadística.
Según la tradición, tampoco es aconsejable salir por la noche ya que estos días es pernicioso el relente y resulta más fácil sufrir el ataque de los hombres lobo, aunque ahora no es preciso guardarse de ellos solo por la noche ni durante la luna llena. En nuestra época, los hombres lobo atacan a plana luz, al socaire de las empresas eléctricas y telefónicas, ayuntamientos, diputaciones y otras benéficas compañías de servicios. Nunca tuvo tanta razón Hobbes cuando advirtió de que el hombre es un lobo para el hombre. Aunque en su tiempo los hombres lobo merodeaban encapuchados por los caminos al margen de la legalidad, lejos de la Santa Hermandad y a resguardo del garrote de los pastores, en tanto que ahora llevan guardaespaldas, elevan impunemente las tarifas, dan conferencias de prensa, y son temidos incluso por los gobiernos, si no están infiltrados en ellos. Pero volvamos el rostro como si eso no importara.
Mientras la luna llena comienza a gestar el novilunio en lo alto del cielo, en Teruel celebran el Día de los Amantes, los grandes almacenes se frotan las manos, y en Jumilla (Murcia, España) sus veinte mil habitantes --o por mejor decir, la mitad-- se abandonan a la lírica actividad hispánica del piropo, con premios y todo, tal vez con el propósito de devolver el requiebro a la vida de la que fue expulsado por la prisa, los patosos abominables y las feministas feas que lo calificaron de ataque machista, cuando yo habría pagado porque una dulce muchacha me hubiese dicho algo parecido a lo que le oí a un castizo en Madrid mirando asombrado a una chica aturdida: “¡Dios mío, pero qué revolución ha debido haber en el cielo para que los ángeles bajen a la tierra!” Y el ángel, justo es reconocerlo, no se ofendió en absoluto sino que respondió ruborosa que muchas gracias. Otra cosa es lo de “tía buena” que si no es una grosería se parece mucho a un rebuzno y es una completa estupidez. Porque ese homenaje sutil a la belleza debe surgir espontáneamente, halagar y no ofender, ser ingenioso y no repetirse jamás. Porque si se repite ya no resulta convincente. No sé si fue Gómez de la Serna quien definió estas expresiones como pequeños poemas. “Son –dijo-- un madrigal de urgencia”.
Otra actividad a la que se dedicaron ayer los jumillanos es al dulce retozo del besuqueo, que es el preludio prometedor de avances más audaces, con unión de cuerpos, exhalación de alientos, fricción de pechos, fruición de sentidos, efusión de mucosas, sobresalto de hormonas, secreción de humores, intercambio de virus y comunión de bacterias. Lo que ignoro es si el Ayuntamiento aporta los besados y besadas --besables y “basablas” para la filóloga Bibiana Aido-- o si hay que traérselos ya puestos de casa. Porque, en ese caso, los premios son escasamente estimulantes.
www.dariovidal.com
He conocido por Miguel (hace tiempo) y por Rubén (hoy mismo) tu blog.
ResponderEliminarAlgunos de los movimientos de tu contador son míos, y otros lo serán.
Un abrazo desde Calahorra.
José Antonio