martes, 17 de marzo de 2009

EL ÍNCUBO DE AMSTETTEN


No sé si recuerdan a aquel tipo que andaba alardeando, con otro, de los lugares que había conocido. “Yo he estado en Laos tres veces”. “Pues yo por lo menos cuatro o cinco”. “Y en Tailandia, dos”. “Yo también”. “Y en Dubai, una vez”. “Pues yo....una, o ninguna”.

Me sugiere este chiste tonto, un suceso nada risible: el juicio que se iniciaba ayer en la Baja Sajonia contra un electricista de 74 años, Josef Fritzl el llamado “Monstruo de Amstetten”, por el incesto, violación reiterada con amenazas desde los once años de una de sus hijas, Elisabeth, ahora de 42, con la que engendró siete vástagos, uno de los cuales murió por falta de asistencia médica, por lo que es acusado también de esclavitud y secuestro en un sótano de cuarenta metros, bajo el jardín de su vivienda, de su hija violada y tres de sus hijos nietos. Una pesadilla: un tenebroso relato entre Sade y Lovecraft ideado por un criminal rijoso, incontinente, desalmado y carente de piedad, porque hasta un torturador profesional se hubiese condolido, cuando menos, de sus seres más cercanos.

Lo risible es que digan ahora que podrían condenarlo a diez años o a cadena perpetua. Eso es lo que me ha traido al recuerdo el chiste del que no sabe si ha estado en un lugar una vez o ninguna. ¿Cómo que diez o cien años? ¿Cómo puede quedar impune la muerte y cremación en el horno de un bebé, aunque la primera fuera por negligencia, y el niño no hubiese sido propio?

Pero la muerte de un bebé enfermo no es comparable, pese a su carga emotiva, con el miedo cotidiano, con el terror nocturno, con el asco, la desesperación, la impotencia, el sentimiento de suciedad y de culpa de una criatura asediada desde los once años por su padre y encerrada en un “zulo” a los dieciocho, como una bestia en la cuadra, como una cerda en la zahurda, como una máquina de fornicar, como una cosa, para satisfacer el apetito y los caprichos carnales de un pederasta lascivo –de los que no conoceremos el detalle por fortuna--, de un obsceno adulto incestuoso y adúltero, de un íncubo libidinoso y un sátiro butiondo y salaz. ¿Y el precio por todo? Diez añitos. Acaso algo más: pongamos que cien.

No hablaré de la vida porque nadie, ni los hombres ni el Estado, están por encima de ella. Pero sí diré que no hay existencia con que pagar la alegría marchita de una niña de once años, el encierro de una jovencita de dieciocho, y el encarcelamiento –encarcelamiento sin patio, sin salidas de fin de semana, sin contacto con los otros y sin esperanza-- de una mujer de cuarenta y dos. Toda una vida sacrificada al capricho de un príapo arrecho y brutal. Como la existencia lúgubre y quebrantada de sus nietos-hijos y la ignorancia inaudita de su esposa legal y sus vecinos.... Qué sórdido silencio.


www.dariovidal.com

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