lunes, 16 de marzo de 2009

OBSTINACIÓN


No se si alguna vez han sentido el deseo de subirse a lo más alto de la casa y tirar con todas sus fuerzas el ordenador a la calle. Yo sí. Y muchas veces no me comunico con ustedes porque no me deja.

Los que llegamos al mundo antes que este ingenio magnífico, omnisciente, sabio, arrollador, invasivo e insufrible por su soberbia vocación de infalible (“ha cometido un error inenmendable”,”no se encuentra”,“reinicie”, “entrada fallida”, “datos incompletos”, “datos erróneos”) imagino que sufrimos el mismo sentimiento de frustración.

Un amigo mío, mas obstinado que yo, está empeñado hace tiempo en hallar la lógica informática que inspira la secuencia causal de las “máquinas de pensar” , y me sorprendo utilizando los mismos argumentos que a mi me han dado: unas razones que me repugnan como estudiante de filosofía. “Déjate de raciocinios y haz las cosas como te dicen”. “¿Pero no es absurdo y arbitrario que el tipo de letra esté en un directorio distinto al del cuerpo de la letra?” Hace unos meses coincidí en cierto evento con un catedrático de la Universidad de Toulouse y en el abandono de la sobremesa, le confié mi perpetua pugna, mi enconada pendencia, con el ordenador, porque no hallaba un texto, un manual o un folleto que me enseñasen a proceder con cierto orden y a prever las consecuencias de una acción equivocada. “No existe –me dijo--, la informática es un críptico saber secreto que se difunde por transmisión oral y gracias a las probaturas de los más osados. Yo me valgo de un hijo mío”.

Experimenté un profundo alivio con esa confesión y también infinita gratitud. Según descubría, no era rematadamente tonto como había llegado a pensar, sino solo moderadamente incompetente, como los que han dejado atrás la juventud. Mucho más, por supuesto, que los niños de siete años en vías de alfabetización, que parece que nacen aprendidos como dicen en Andalucía. El saber instrumental es enemigo de la edad según parece.

Otro resentido por el esquivo trato que le dispensa la tecnología, comentaba que si los divulgadores del sistema hubiesen sido los metódicos alemanes o los franceses cartesianos --en fin una gente que no circulase por la izquierda-- habrían hallado un sistema fiable que no desembocase en constantes peticiones de principio o, lo que es más desesperante, en círculos infernales y laberintos sin más salida que apagar la máquina.

El progreso es siempre un proceso de simplificación. Conducir un vehículo es cada vez más sencillo con la dirección asistida y las marchas sincronizadas. No hablemos de la telefonía, ni de la perfección de las cámaras fotográficas. Los únicos que lo hacen cada vez más difícil son los diseñadores de “soft-ware”. Cada día nos ponen zancadillas. Lo malo es que nos obstinamos en saltarlas.

Darío Vidal


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