martes, 28 de abril de 2009

PARA QUÉ LA AUTORIDAD

Decía Julio Anguita en una entrevista este domingo, que “en la democracia debe debe haber autoridad democrática, y eso la izquierda lo ve con horror”. De hecho, en un régimen de libertades en que el Poder se deposita electivamente en la excelencia, opino que es preciso que la autoridad sea más que justa, pero firme e inflexible. Lo que ha sucedido con la resaca de la larga dictadura es que todo el mundo, de un extremo al otro, confunde la norma con el arbitrario capricho del Jefe. Parece que no hemos entendido que la Ley esta por encima de todos y que su extricto cumplimiento no admite excepciones: los culpables del perverso equívoco son muchos de los que se han dedicado a la poítica, y la izquierda en mayor medida porque gozaba de un plus de credibilidad del que carecía la derecha. Pero poco cabe esperar de una izquierda fraudulenta de O.J.E y Frente de Juventudes, capaz de idear ficciones jurídicas como la “discriminación positiva” tan inmoral como si la llamasen “negativa”, que es como la percibe, conciencia y padece la otra mitad de la sociedad. Y tampoco es posible otorgar la confianza a la derecha timorata y medrosa, a la que acobarda que le tachen de fascista.

La democracia no puede ser pretexto para el “relajo” sino una parcela de libertad. Y la libertad tiene contornos y límites como la vida, como todo, pero lo normal es que nunca nos topemos con sus fronteras.
No estoy hablando de limitar la libertad; todo lo contrario: estoy abogando por transitarla con garantías y sin temor a que alguien cambie las normas a medio trayecto. Y estoy lamentando que nuestros niños crezcan sin conocerla a fuerza de ignorar sus límites. Los padres se inhiben de aplicar la disciplina y mostrar el camino –las madres siempre han sido más blandas y consentidoras--, abdicando de la tarea sublime de formar y educar personas, para descargar la tarea en otros, so pretexto de sus muchas obligaciones, como si hubiese alguna que aventajase en dignidad y trascendencia social a la de crear ciudadanos. Pero, además, desautorizan a los educadores en quienes delegan, tomando partido siempre por el educando, venga a cuento o no. Conozco el caso de uno que, al ser llamado por el director del centro para que conociese el estropicio que su vástago había ocasionado en el mobiliario y los ventanales del instituto, pretendía pagar el doble para que no volvieran a molestarle si otro día le apetecía al niño destrozar otra clase. Porque aquel aprendiz de tirano tenía derecho a expresar sus frustraciones con libertad y él a no ser molestado por nimiedades. Les aseguro que sin llegar a estos límites, estos son sucesos cotidianos que la sociedad tendria que contemplar con rigor y decisión, porque exceden lo anecdótico. Hay chicos que no se merecen esos padres y habría que hacer algo con los unos y los otros.

www.dariovidal.com

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