Un español de Huesca aguarda desde el sábado 8 de agosto, con una muñeca rota y una pierna quebrada a mas de 6.300 metros de altura, que las autoridades de Pakistán autoricen su rescate de la arista norte del Latok II (7.125m) en la cordillera del Karakorum. Objetivamente ese desinterés no supone un gran desdoro, porque un pakistaní representa para ellos lo que una res, si no es alguien prominente. Pero, en la escala de valores de nuestra Cultura, el hombre fue siempre la medida de todas la cosas.
Sin embargo para que un español valga “por un hombre” en la cotización internacional, que es la que entienden en Oriente, es indispensable que el Gobierno –el que sea-- se haga oír en los foros internacionales, y el responsable de Exteriores haga bocina con todas sus fuerzas en la oreja de presidente Asif Ali Zardari, mas no parece que éste se sienta conmovido por la suerte de un español –tan musulmán él-- ni reconocido a España, la de la Alianza de las Civilizaciones, ni intimidado por el débil, apático y mermado Moratinos, supuesto que tenga energía para esfuerzo tan desmedido.
Por la Agencias estamos al corriente más o menos –más bien menos-- de las gestiones y las iniciativas para rescatar a Oscar Pérez de su peligrosa cortadura. Pero hay un aspecto en que apenas se repara y que me parece vital para su supervivencia, aún dando por descontado que los hombres de la montaña son de la naturaleza de las rocas. Lleva Oscar más de cinco días hoy –cuenten las horas--, inmóvil, con dos fracturas serias y dolorosas, sometido a las bajísimas temperaturas de la región y sin saber si su compañero ha llagado salvo, para dar cuenta de su estado sin despeñarse antes. Porque no cuenta con ningún sistema de comunicación y no sabe si suben a por él o lo darán por muerto, del mismo modo que en el campamento base tampoco saben si ha visto u oído sobrevolar a los helicópteros y si está vivo, porque no han conseguido distinguirle.
Aun conociendo el temple de estos hombres, es difícil imaginar en qué ocupará sus largas horas para no desfallecer, mientras el viento azota la lona y la noche cae de modo imprevisto como suele en la montaña, dejando un breve paréntesis para el día. Él sabrá, con toda seguridad, que el vuelo de las aspas no permite al halicóptero acercase a la roca so pena de despedazarse y precipitarse al vacío, y que la única posibilidad de sobrevivir se cifra en un rescate alpino, una operación con evidentes riesgos más que para él, para sus compañeros. Y el sufrimiento añadido de las maniobras, los pequeños roces y los movimientos bruscos de descender colgado, amplificados por el frío, que, como sabemos incluso los profanos, se agudiza con las bajas temperaturas.
Que Dios le eche una mano.
Darío Vidal
13/08/2009
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