Toda la envidia, la mezquindad, la cortedad de miras, la falta de imaginación y la carencia de proyectos propios, transparece en una expresión de apariencia inocente que se da en la España de identidad deficitaria, para encarecer la bondad de algo comparándolo con lo admirado.
Aquí se fabrican productos, se inauguran hoteles, se construyen barcos y se descubren talentos “que no tienen nada que envidiar” a los mejores del extranjero. Parece que estemos aún en Larra. La excelencia se evalúa siempre por comparación. Por eso Picasso, Dalí y Buñuel fueron canonizados en España cuando el común de los paises había certificado su bondad. Es como si careciésemos de espíritu crítico y capacidad de discernimiento a pesar de los celillos. Por eso hay que haber vivido unos años en el exterior para que en el interior cuchichéen los conocedores: “Aquí donde lo ves, este tío tan sencillo que no darías un euro por él, es conocido en todo el mundo y vale un güevo”. Y eso ya es otra cosa.
Pese a nuestra contradictoria soberbia, ahí arranca preferir ser cola de león a cabeza de ratón. Y existen destinos turísticos asentados en páramos que pretenden venderse como vergeles. Parece no reparar nadie en que si valoramos la selva como lo óptimo, el desierto será siempre un espanto. Cuando el Sahel, el Sahara y el Kalahari son escenarios de una belleza sobrecogedora e incomparable. No ha dicho nadie que un océano sea mejor que el Amazonas anchuroso o un arroyo truchero cubierto de fronda.
Algunos han dado en bautizar un lugar del Ebro que se ensancha en cierto embalse como El Mar de Aragón. Aunque nadie se lo cree. En tanto que como el galacho de tal sitio, los meandros de tal otro o la presa de mas allá, habrían hecho fortuna y sorteado la decepción. Pues nunca lo imitado es comparable al original.
Estos días la castiza Ca 'Alcalá cumple años. Solo cien, que son el tiempo en que cifran la antigüedad las ciudades del nuevo mundo. Algo que hace reir a los toledanos, los salmantinos, los zaragozanos, los barceloneses, los gaditanos y los emeritenses. Bien está. Cada cual celebra lo que le viene en gana y con su pan se lo coma.
Que se desplacen las esfereas por su eclíptica es algo inevitable. Lo es más que los isidros, si algunos quedan, se pasmen por semejante efeméride. Y resulta abiertamente risible que ponderen la calle de Atocha impúdicamente como "el Broadway de Madrid”.
Que hagan lo que tengan que hacer lo mejor que sepan. Pero que no degraden las cosas, comparándolas. A Atocha debería bastarle y le basta con parecerse a si misma.
Darío Vidal
03/03/2010
Aquí se fabrican productos, se inauguran hoteles, se construyen barcos y se descubren talentos “que no tienen nada que envidiar” a los mejores del extranjero. Parece que estemos aún en Larra. La excelencia se evalúa siempre por comparación. Por eso Picasso, Dalí y Buñuel fueron canonizados en España cuando el común de los paises había certificado su bondad. Es como si careciésemos de espíritu crítico y capacidad de discernimiento a pesar de los celillos. Por eso hay que haber vivido unos años en el exterior para que en el interior cuchichéen los conocedores: “Aquí donde lo ves, este tío tan sencillo que no darías un euro por él, es conocido en todo el mundo y vale un güevo”. Y eso ya es otra cosa.
Pese a nuestra contradictoria soberbia, ahí arranca preferir ser cola de león a cabeza de ratón. Y existen destinos turísticos asentados en páramos que pretenden venderse como vergeles. Parece no reparar nadie en que si valoramos la selva como lo óptimo, el desierto será siempre un espanto. Cuando el Sahel, el Sahara y el Kalahari son escenarios de una belleza sobrecogedora e incomparable. No ha dicho nadie que un océano sea mejor que el Amazonas anchuroso o un arroyo truchero cubierto de fronda.
Algunos han dado en bautizar un lugar del Ebro que se ensancha en cierto embalse como El Mar de Aragón. Aunque nadie se lo cree. En tanto que como el galacho de tal sitio, los meandros de tal otro o la presa de mas allá, habrían hecho fortuna y sorteado la decepción. Pues nunca lo imitado es comparable al original.
Estos días la castiza Ca 'Alcalá cumple años. Solo cien, que son el tiempo en que cifran la antigüedad las ciudades del nuevo mundo. Algo que hace reir a los toledanos, los salmantinos, los zaragozanos, los barceloneses, los gaditanos y los emeritenses. Bien está. Cada cual celebra lo que le viene en gana y con su pan se lo coma.
Que se desplacen las esfereas por su eclíptica es algo inevitable. Lo es más que los isidros, si algunos quedan, se pasmen por semejante efeméride. Y resulta abiertamente risible que ponderen la calle de Atocha impúdicamente como "el Broadway de Madrid”.
Que hagan lo que tengan que hacer lo mejor que sepan. Pero que no degraden las cosas, comparándolas. A Atocha debería bastarle y le basta con parecerse a si misma.
Darío Vidal
03/03/2010
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