sábado, 20 de febrero de 2010

Los desesperados





Más que los mítines, las soflamas y las "brigadas de aclamación" pagadas por los partidos, se impone cada día la tozuda terquedad de los hechos. Y a pesar del mutismo dócil de los sindicatos y la cháchara recurrente de los partidos, los hombres y mujeres que se asoman a las colas del paro perciben cada jornada el desamparo de la soledad y la humillación de los excluídos. De nada sirven los derechos, los deberes, los incentivos y las promesas de la Democracia cuando faltan el sustento y el sueldo. Todo lo demás son bagatelas cuando se ha descendido al umbral de la pobreza. Porque eso es descender al infierno dantesco del "lasciate ogni speranza". Y la gente es incapaz de creer, de crear, de querer y de combatir desde la deseperanza. En ella se funda la más horrible pena del Infierno y la enfermedad mas infernal que pueda concebirse: la melancolía de los románticos. La depresión que pretenden combatir los psiquiatras como antes los curas, y que se propaga este siglo en progresión geométrica como la peste en Las Cruzadas.
La gente no agrede, no protesta, no sigue los patrones de la agitación tumultuaria. Pero este silencio del pueblo se asemeja al que precede a las tormentas. Y el día que la decepción de muchas soledades se conciencie y el sentimiento de desamparo de los indigentes, que van siendo legión, se desborde, ni unos podrán oponer remilgos para actuar ni otros dilatar las soluciones con comisiones ministeriales. Pero será ya tarde. El tiempo ha llegado a su término y en pleno Madrid se leía ayer a un pordiosero, acaso licenciado universitario en paro: "Vota Zapatero y vente conmigo a la puta calle". Es el eslógan del humor hecho sarcasmo, la mordacidad de un hombre sin fe y sin esperanza.

Darío Vidal

20/02/2010

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