martes, 9 de marzo de 2010

Moratinos El Leve


Milan Kundera tituló una de sus novelas como “La insoportable levedad del ser”. No quiero ponderar si es o no soportable, pero no creo que tenga comparación con el tenue, móvil, voluble, fácil y levísimo Miguel Angel Moratinos Cuyaubé, personaje blando, frágil, dócil, desvaido, servil, claudicante y sin aristas, con perfil de mozo de equipajes. Lo contrario de lo que demanda un canciller con la energía y el peso que exige su cometido.

Descontando el episodio puntual pero sintomático de Isla Perejil, tomado tan a burlas por las falanges juveniles de Zapatero, Marruecos, Gibraltar, el Sahara y el terrorismo etarra, han sido las tareas que han debido ocupar la política exterior de España tradicionalmente, salvados la novedosa piratería del Índico y algunos conflictos acasionales no por ello menos graves, como los de los Castro en Cuba, Chávez en Venezuela, y otros caudillos emergentes en Ecuador y Centroamerica.

Pues bien: si repasamos la gestión de estos conflictos durante el tiempo en que su resolución está dependiendo de Moratinos el Leve, nos sorprenderá la insoportable levedad de su determinación. Su ejecutoria se concreta en el mandato orientalista de “la no-acción”. Y así nos va.

En las doce últimas horas se ha reverdecido el acoso intolerable de Gibraltar a las patrulleras de la Guardia Civil, las demandas de la saharaui Aminatu Haidar por la lenidad de España en relación con las propuestas marroquíes de vender el territorio oriental, que no le pertenece, a la Unión Europea. Y, para remate, oímos que una ETA asfixiada por la acción del señor Pérez Rubalcaba, en este caso impecable, está sugiriendo una “tregua permanente y verificable” que sería aceptada por el Gobierno Zapatero para permitirle concurrir a las elecciones municipales.

Ya estamos, pues, nuevamente en el punto cero.

No nos hemos movido de la colina por la que tenía que acceder una y otra vez con desesperación el penado Sísifo, cargado con el peñasco grávido y persistente hasta lo más alto para verlo rodar hasta el fondo en cada ocasión, por orden de Zeus. De este modo, parece que España está condenada a ese eterno retorno, unas veces por la torpeza de los hombres y otras por la codicia o la cobardía de los políticos.

Si fuera posible dejarse ver u oir desde la dudosa pantalla de cristal líquido, doblemente efímera (aunque el papel tampoco sirve ahora para limpiarse ni para envolver bocadillos) urgiría al señor Moratinos Cuyaubé a cambiar de ocupación. Que se quede con el sueldo, las dietas y lo que antes llamaban “fondo de reptiles” y ahora “de libre disposición”; que se quede con su opulenta pensión vitalicia de ex-ministro. No importa. Pero que no merme a España del modo en que Quevedo culpaba al Conde Duque.

Darío Vidal
09/03/2010

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