jueves, 20 de mayo de 2010

El valor de Angela Merkel


La canciller Angela Merkel ha tenido el coraje de perseguir las ventas al descubierto, para combatir la conjura de los especuladores contra la moneda. Y lo ha hecho de modo decidido y fulminante, por sorpresa, de improviso y tras verificar que ese género de operaciones son las causantes del enriquecimiento ilícito de las criminales sanguijuelas de la Bolsa.

Ya contaba con que los mercados se vengarían de la Bolsa alemana con grandes caídas, lo que demostraría que la medida había sido certera. La ha juzgado una acción tan arriesgada como necesaria para limpiar el escenario bursátil de parásitos y consentidores. Alguien ha dicho que ese género de operaciones es como si un banco se atracase a sí mismo --a todos sus impositores-- después de sobornar a los propios policías. Y en ella, todos los que tienen un papel de custodia y vigilancia, lo incumplen en beneficio propio.

La canciller alemana, a la que podría aplicársele aquello de que “es el único hombre de la política europea”, ha acometido una iniciativa ejemplar, valiente, arriesgada y necesaria, que habrían de imitar los otros mandatarios del Continente y que nos hace recordar con renovada admiración el singular comportamiento de sus compatriotas occidentales, comprometiéndose a trabajar una hora diaria gratis para reponerse de la catástrofe económica de la posguerra.

Es seguro que su decisión significará el inició de una intriga venenosa por parte de los estafadores y los “gangsters”, pero también es la única forma de acometer la revolución
de la confianza, la limpieza, la esperanza, y la fiabilidad en el terreno financiero. Y también del deseado rearme moral que está reclamando el Continente. No vale todo; no puede valer todo de aquí en adelante, si no queremos precipitarnos en el abismo.

Habrá quienes objeten a la Canciller su fulminante decisión, porque tal vez hubiesen preferido una acción coordinada de todas las bolsas europeas para evitar las huídas a terceros países, pero a ello habrá que responder que la sorpresa es un elemento decisivo en cualquier batalla.

El monje budista Matthieu Ricard, doctor en genética molecular por el Instituto Pasteur, recluído actualmente en un monaterio de Nepal, e hijo del filósofo francés Jean-François Revel, confiaba a Eduardo Punset en el programa “Redes” no ser más faliz por atesorar más bienes (a los que por cierto renunció) sino por con-sentir, por con-padecer, por con-fiar(se) y con-vivir con los demás. Él dice que los creadores de la crisis no logran ser felices ni estar en paz, porque el camino de la dicha discurre en dirección contraria. Solo es feliz el que compadece y comparte.


Darío Vidal
20/05/2010

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