viernes, 21 de mayo de 2010

La Cruz de todos los Caídos


Si por mi fuera, jamás hubiese redactado una lista de difuntos. Es una contradicción poner nombres a los que ya no existen. Sin que eso signifique menosprecio alguno para su memoria.

Parece obvio que no puede invocarse un recuerdo colectivo de lo anónimo, pues solo hay noticia de los héroes, los sabios, los criminales y los villanos a los que se conocía ya de antes. Pero “el soldado desconocido” --lo digo con todo respeto-- no ha dejado nada que recordar.

Esta reflexión puede ser equivocada y tal vez no la compartan algunos, pero la tanatofilia se me antoja la expresión de un fracaso y una peligrosa inclinación a mirar hacia atrás, que va en contra del flujo de la vida. Por eso nuestra Guerra Civil, que fue la ceremonia más aflictiva del fracaso, inscribió su triste monumento en listas inacabables de caídos.

Pero, puesto que alguien ideó esa piadosa evocación de las víctimas mas próximas en una época dominada por la urgencia, la pasión, el dolor y la fractura de tantos proyectos, me parece torpe, mezquino, cruel y gratuíto, negar el consuelo a las familias “condenadas”, borrando el nombre de tantos muertos queridos, que algunos comenzaron a calificar como “mártires”, para apear ese título desmedido, hiperbólico, maniquéo e inequívocamente religioso, y reconocerlos más tarde como “caídos”, que es una designación conciliadora y fraternal que no margina a nadie.

Resulta doloroso que, para distraer la atención de los españoles aún convalecientes de la convulsión del siglo XX, un personaje tan nefasto y tan mediocre como José Luis Rodríguez Zapatero, recurriera a destruirlo todo, desde la concordia entre nosotros hasta la Economía, apelando a todas las insidias para destapar todas las ollas podridas del primer tercio de siglo XX, con objeto de encubrir su planetaria incompetencia.

Ahora, un grupo de partidarios suyos va a acometer la tarea de picar los nombres de los muertos de los sillares de la fachada de la iglesia en que les bautizaron –¡siempre destruír!-- tal vez porque no saben de qué modo combatir el desplome del sistema. Y he aquí que, invocando el sagrado derecho de preservar la Memoria Histórica, que es una causa noble y encomiable, caen en la contradicción de destruirla.

Si el ideólogo de la Monclóa gobernase para todos los españoles sin afan de venganza, ni encono, ni rencor (su abuelo el capitán Lozano sofocó con Sanjurjo la revolución socialista de Asturias de 1934 aunque luego pasase a "disponible forzoso") no propondría omitir a nadie, sino inscribir a los otros caídos para recordarlos y honrarlos porque son también parte de nuestra sangre y nuestra Historia. Hay que edificar siempre, aunque él siempre se empeñe en destruir. Así abandonará la vida.


Darío Vidal
21/05/2010

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