sábado, 1 de mayo de 2010

Primero de Mayo


Hoy es el día del Trabajo. El Primero de Mayo ha constituído, en todo el mundo, una jornada para reivindicar la justicia en las relaciones laborales. La fecha evoca una historia jalonada de desencuentros y tensiones, antes de desembocar en una festividad costumbrista.

Mejor es así, porque la concertación de los agentes sociales es un testimonio de concordia y un indicio de bienestar. Pero en este momento, el adormecimiento de los sindicatos y la desmovilización de los trabajadores no parecen explicarse por la carencia de problemas, cuando según datos facilitados precisamente ayer en la encuesta de población activa, se ha dado a conocer que hemos rebasado los 4.600.000 parados y estamos llegando al veinte por ciento de desempléo.

Mas, bajo ese sosiego idílico, se agita el magma incontenible del descontento social. Hay familias en que no trabaja ninguno de sus miembros y están llegando a la deseperación. Hay graduados y licenciados que no han obtenido el primer empleo. Hay parejas rotas afectivamente por causa de la crisis y otras sin perspectiva de llegar a constituirse. Y ya se sabe que “donde no hay harina, todo es mohina”

Ello explica que una manifestación independiente convocada por la CNT, haya agitado las aguas este día. El sindicato de inspiración anarquista no ha secundado los eslóganes contra el paro, que desgraciadamente tiene ahora el mismo sentido que tendría la protesta contra la enfermedad y la muerte. Porque no se puede culpar a nadie de la morbilidad ni hacerle responsable de los óbitos.

Puede ser cierto que los encuentros de los últimos “mayos” no hayan tenido otro propósito que una operación placebo con la ritualiza exhibición de masas protagonizada por la llamada “clase obrera”, porque en medio de la prosperidad, los gestos se teatralizan y pueden convertirse en una representación para que nadie olvide el pasado. En tanto que en este primero de mayo de 2010, el dramatismo de la situación recupera el petetismo de la historia vivida.

Por eso la CNT denuncia no tanto la situación sobrevenida por la rapacidad culpable de algún grupo empresarial, sino el fraude financiero de proporciones descomunales urdido por ciertos lobbys de inversores, ante los que el sindicalismo se ha sentido rebasado. Pero que no ha tenido tampoco la capacidad de reacción, la lucidez, ni la imaginación para plantearse el nuevo reto, adormecido por una èlite oficinesca e inmovilista que tiene poco que ver con los líderes de antaño.


Darío Vidal
01/05/2010

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