lunes, 11 de octubre de 2010

Quise decir Diego


Que cada cual opine lo que quiera. Me parece excelente. Pero que se atenga a lo que dice. ¿No es eso la Democracia? Mas qué alicorta "democracia" si la gestionan los cobardes.

Cada cristiano –es un decir, por si el islamismo-- puede decir lo que le venga en gana sobre las cosas, las personas y los hechos. Sin miedo pero respetuosamente y sosteniendo lo que ha dicho. Aunque corren malos tiempos para aquellos a quienes se les arrugan los pantalones o vacilan por un plato de lentejas. No se trata ya de “mantenella y no enmendalla”, porque las personas no son pedrejones, sino materia viva que duda, elige, evoluciona y se equivoca. Sin embargo inspiran muy poca credibilidad las retractaciones. Y además dudo de su eficacia política, porque nadie cree que cuando alguien dijo digo, quisiera decir Diego, con lo que no satisface, contenta ni limpia de desdoro al agraviado y arroja sobre sí toda la indignidad de quien se pliega a la voluntad ajena.

En momentos de temor, crisis y mudanza, no extraña del todo la vacilación de los que cifran su pervivencia en el asentimiento. Pero los renuncios no suelen servir mas que para exhibir impúdicamente el tafanario.

Hace una horas, tan pocas que las aguas aún ondulan en la charca, un presidente autonómico ha opinado sobre la catastrófica gestión de su principal, el señorito ZP, a propósito de “las primarias” de Madrid. Y la vicepresidenta primera, con su cohorte de aduladores, sus “brigadas de aclamación” del Régimen y algún madrugador rezagado, han puesto el grito en el cielo. Así es que el paladín autonomista –y eso es lo triste-- se ha apresurado a arriar velas y decir que no dijo dije sino que dijo Diego. Y tal vez la cosa no hubiese pasado a más si la Sección Femenina no se hubiese alborotado cuando Alfonso Guerra llamó señorita a doña Trini Jimenez, aunque se defendiese puntualizando socarrón que, en idioma español, el de “señorita” es un trato deferente.

De todos modos, si se quiere tomar la expresión por donde quema, díganme cuántas de las “miembras” que adornan el ginecéo zapateril, desfilando con modelos de Versace para “Vogue”y reduciendo a sexo la gramática, no son señoritas en su acepción más condescendiente, desvalida, inmanente y diminutiva.

Una señorita pasa a ser una señora cuando, aún reconociendo su donaire y su belleza (si las tiene) posee un talento y una solidez intelectual que la hacen visible sobre todo en tanto que persona, --como Golda Meir, Margaret Thatcher, Indira Gandhi o Angela Merkel--, y está comprometida con los graves problemas que afronta nuestro tiempo, y no desazonada por el chisme ni aturdida por el futil aleteo de “Diez Miniutos”,“Hola” o “Corazón, corazón”.


Darío Vidal
11/10/2010

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