jueves, 8 de diciembre de 2011

Los desahucios


No se si conocen o recuerdan el vil comportamiento de las asustadizas gallinas, crueles, cobardes y taimadas, que se precipitan con los picos abiertos contra la cresta y la nuca de la más débil acabándola en pocos minutos durante una agonía cruenta entre una caníbal orgía de furia y de sangre. Ignoro si han presenciado ese escalofriante espectáculo imborrable.

Son poco más piadosas con los desfavorecidos, las corporaciones sin rostro; peores que los avaros usureros de barrio que han depurado sus métodos y elevado sus réditos hasta niveles delictivos.

El proceso de persecución y aniquilamiento por asfixia de las familias humildes por la cúpula financiera, recuerda el ataque tortuoso de la boa constrictor. Y tiene que desembocar algún día en una contestación airada. El planteamiento acechante, injusto, despiadado, voraz e insaciable con que el capital implacable parece castigar a los desposeídos por el hecho de serlo parasitándolo, va a terminar tras acabar con la víctima, provocando la anemia del victimario. Porque la avaricia llevada a esos extremos, termina indefectiblemente arruinando al usurero.

No se trata de una premonición ni de una advertencia, porque el proceso se ha iniciado fatalmente, aunque el poder económico intente disimular la quiebra de los bancos insuflándoles recursos.

La “Epífagus Virginiana”, por poner un ejemplo, se aferra al tallo de la planta explotada sorbiéndo la savia de la “Fagus Grandifolia”, hasta que desfallece desprovista por completo de alimento y muere de desnutrición. No se trata de la reflexión inspirada en una parábola moral, sino en la más cruda fisiología. Esas plantas se mueren de hambre por tanto matar.

No defenderé en todo a los Indignados, parasitados a su vez de okupas desmadrados, anarcos indolentes y parados permanentes, pero es de justicia apoyar a los millones de trabajadores laboriosos y honestos a los que la usura, la especulacion, la perfidia, la avaricia y la explotación, han condenado a la pobreza y la marginación para hundirlos en el tercer mundo sin esperanza.

Hay que alzar la conciencia y la palabra por esas gentes sin tarea, sin trabajo y sin hogar –que es el último escalón de la indigencia--, que se han visto arrojadas de la vida sin culpa ni conciencia de que habían perdido pie, porque pensaban que alguien les advertiría del naufragio si se producía, se aprestaria a arriar los botes y reaccionaría para maniobrar adecuadamente en lugar de negarse a admitir que estabamos hundiéndonos. Pero aquí no se van a pique los barcos sino solo la tripulación. Hoy, después de sanear la Caja de Ahorros del Mediterráneo e indemnizar a sus ejecutivos, se la han adjudicado por un euro el Banco de Sabadell. Todo va bien.


Darío Vidal
08/11/2011

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