martes, 21 de abril de 2009

EL CHIVO EXPIATORIO

Era un tipo singular y atrabiliario, introvertido e imprevisible. Pasaba los días de asueto encerrado en casa y nunca frecuentaba una amistad, tenia los tomos de la letra A de la Enciclopedia Británica, solo esos, y un perro minúsculo y vulgar al que llamaba Aguerrido, que jamás acudía a su llamada no sabemos si porque el nombre le parecía desmedido o porque no fue capaz de aprenderlo o reconocerse en él. Pero resultaba tan taciturno como su amo.

Seguramente no era más que un pobre diablo, pero cuando la radio daba noticia de un suceso macabro, triste o luctuoso la gente le miraba con recelo. Y, en cierta medida, hubiese querido que fuese autor de alguna atrocidad para situarlo en su mundo e identificarlo en su imaginario porque era la pieza impar, la oveja sin pareja y el eslabón perdido de la comunidad. Y nadie sabe hasta que punto desazona convivir con una incógnita.

Pero el día que se desencadenó con más virulencia el odio del honesto vecindario fue cuando, el pasado sábado 18 de abril, apareció el cadaver de Stephanie Parker, de 22 años, ahorcado a unos metros de la casa de su familia en la localidad galesa de Pontypridd. Porque debo decirles que Stephanie fue durante siete años, o sea desde los quince, “Stacey Weaver”, en la ficción madre soltera adolescente de la serie “Belonging” producida por la BBC-TV con el consiguiente éxito lacrimoso. Pero sólo sobrevivió dos dias a su último capítulo. Amable, cariñosa, dulce y muy bonita, no se vió capaz de sobrevivir a su realidad fingida a pesar de que tenía otras ofertas en la televisión y en la radio así como un futuro prometedor.

Apenas se han iniciado las pesquisas y se buscan agendas, diarios, o manuscritos que permitan orientar la investigación. La propia BBC sugiere que su trágico final puede guardar relación con la conclusión de la serie. Ha sido una imprevisión culpable por su parte. No es aceptable descuidar la ayuda psicológica a una actriz tan jóven, cuando los profesionales avezados conocen el esfuerzo, la tensión emocional y las frecuentes depresiones a que están sometidos en papeles en que comprometen lo más íntimo de sí. No hay que descartar una depresión de etiología endógena pero estarán conmigo en que vivir, sentir y representar un drama que compromete lo mas radical de la existencia de una muchacha durante siete años, y nada menos desde los quince a los veintidos, es una prueba muy dura para que salga ilesa de ella.

Ahora los buenos vecinos de Pontypridd miran con recelo al pobre hombrecillo del perro macilento, como si la aplicada jovencita no hubiese sido víctima de su propio éxito. La gente exige culpables. Pero nadie busque en la envidia y los hacedores de “mal de ojo”. El daño lo hacemos nosotros, como la tristeza de Stephanie Parker.


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