Ayer les aseguraba, con harta imprudencia, que Silvio Berlusconi se volcaría con los damnificados de los terremotos de los Abruzos, más que George W. Bush con la desgraciada población negra de Louisiana, el territorio arrasado por los tifones antes de su reelección presidencial cuando la bella ciudad de Nueva Orleans fue anegada por las aguas del Mississippi al colapsar las defensas de sus canales.
Apostar por un político es suicida, aunque no sea italiano ni español. Pero de momento, el magnate de la industria editorial ha dado ya dos consejos por lo menos tan consoladores y lenitivos como si fueran la noticia de la restauración del suministro eléctrico, la traida de agua potable, el apuntalamiento de las casas, la instalación de hospitales de campaña, el restablecimiento de las comunicaciones y el desescombro de las calles. En efecto “Il Cavaliere” ha sugerido a los miembros de una comunidad nada opulenta que no se obsesionen con el mal trago pasado y que se vayan a pasar unas merecidas vacaciones en el mar. La otra iniciativa la ha dirigido a las miles de familias que han perdido sus moradas y están siendo realojadas en tiendas de campaña instaladas en vastas explanadas en las que, según dicen, es improbable que se produzcan nuevas réplicas de los seísmos. A estos les ha recomendado que disfruten de esta situación infrecuente como si estuviesen pasando la primavera en un “camping”. Magnífico.
Me recuerda cierta desenfadada sugerencia que luego he hallado en Intenet y que le oí a una muchacha escandalosamente bonita en un país de Hispanoamérica, quien le decía provocadora a otra. “¡Si un 'man' te quiere violar estando a solas y no puedes escapar, no forcejées ni opongas resistencia que puede ser peor si se pone bravo. Al contrario: coopera, relájate ... y disfruta!”.
Viendo las imágenes de la tragedia, los rostros de sufrimiento de las personas, el estado de las viviendas y los muebles, los colchones y el menaje del hogar disperso entre basura, desde fuera puede parecer la estulticia de un idiota, pero puede interpretarse desde dentro como la afrenta de un cínico bastardo.
Ignoro si el ánimo decaído de los afectados dará para albergar en este momento el rencor suficiente para atentar contra un cerebro tan estúpido, pero me inclino a suponer que más de uno habría premiado su ocurrencia con una sonora y humillante bofetada. Porque cuando los periodistas le brindaron la piadosa oportunidad de enmendarse, el tío se mantuvo en sus trece. Acaba de superar a Bush.
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