domingo, 12 de abril de 2009

SAN GENARÍN Y LA TURBA BLASFEMA


En esta tierra de gente disímil y atrabiliaria, nos reímos de los otros porque no nos comprendemos, y no nos respetamos porque la gente “desprecia cuanto ignora”, como decía don Antonio Machado. Por eso los nativos de la Hispania Citerior, sobrios, secos y adustos, juzgan como burlas las saetas de la Hispania Ulterior, hasta estimarlas irreverentes. Cuentan que cuando el jefe del Directorio Militar, el jerezano don Miguel Primo de Rivera visitó el Bajo Aragón por estas fechas y las autoridades quisieron honrarlo contratando a unos cantaores que le acercasen a la arraigada tradición andaluza, en la Plaza mayor de Alcañiz “se lió un tangay” de insultos, bofetadas y pedreas que exigió la intevención de La Benemérita. No entendia la buena gente de la época que hay muchos modos de sentir el amor, la piedad, el dolor y la rabia.

No es dificil imaginar cómo hubiese reaccionado el pueblo soberano ante manifestaciones --esas sí, provocadoras y posiblemente “heréticas”-- como las que acogen hoy otras ciudades, relajadas las costumbres, suavizado el rigor de la fe, y ahuyentada definitivamente la Inquisición, como la procesión blasfema de “Las Turbas” de Cuenca, poblada de sayones, que fue creada por piadosos sicarios, asesinos compasivos y devotos pistoleros de casino y salas de juego; la de “Los Borrachos” de Zamora, o la bufa del “Entierro de San Genarín” en León --trasunto grotesco de las del Santo Entierro--, sin asomo de liturgia, clero, ni autorización. Y tan pagana que no tiene hagiografía ni existe en el Santoral, pues el “santo” diminutivo era un pobre pecador aficionado al tute y la garrafina, el orujo, las casas de lenocinio y las mujeres, muerto por el primer coche de la basura la noche de Jueves al Viernes Santo de 1929 en el tercer torreón de la muralla cuando “cambiaba el agua del canario” despues de pasar la noche fornicando como un araméo y haber conquistado con las yemas de los dedos un sabroso botín de queso, pan, orujo y naranjas, que tal vez precipitó su trágico final. Aún cuando, en memoria de estas y otras hazañas, a partir de entonces marchan sus “fieles” todos los años en procesión desde la leonesa Plaza del Grano y recorren tascas y burdeles exhortando a sus devotos para que se unan al cortejo.

Parece, según eso, que hay muchos marginados para los que “todos los días son de penitencia” y necesitan dar la réplica no tanto a la creencia cuanto al boato de la Religión canónica y las clases sacerdotales que han sido la escollera y el rompeolas de casi todas las revueltas populares desde el XVIII a la “Semana Trágica” y la quema “revolucionaria” de conventos que festoneó la postrera Guerra Civil. Las Turbas, los Borrachos y “San Genarín” son el testimonio de una purgación acaso fatalmente necesaria, que se manifiesta hoy en la huída masiva de alumnos de los colegios religiosos.

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