viernes, 15 de mayo de 2009

EL ABUCHEO

Aplaudir a los muertos, silbar aprobatoriamente a los concertistas y recibir con pitidos a los conferenciantes, son prácticas recientes que nos sumen en el desconcierto. Pero vamos saliendo de él. Ahora bien, que una multitud abuchée al jefe del Estado y pite a la bandera, no son acciones baladíes como alguno nos ha querido vender ahora, ni prácticas normales en Democracia, como estan diciendo los portavoces de los partidos separatistas, desde el bochorno del día 13 en el campo de Mestalla. El abuchéo es el peor insulto cuando las condiciones y la distancia no permiten que se oigan las palabras. Y los silbidos añaden la ira al insulto.

Tampoco significa gran cosa romper, patear o quemar la imagen del Rey, ni profanar la imágen de un santo, que muchas veces ni existió. Eso es, por lo menos, lo que dicen quienes pitan, queman o abuchean, sin tener la gallardía de reconocer su autoría, asumir su culpa y afrontar las consecuencias de sus actos, como los bufos alevines de Esquerra Republicana que chamuscaron la foto de los Reyes. Pero esos inmaduros provocadores de Primaria –que no recibirán un azote ni se quedarán sin el recreo-- tildan a los que les recriminan sus desmanes y groserías de “fascistas”, como si los fascistas fueran demócratas, monárquicos o constitucionalistas. Pero arrojan el cinismo embarullador como tierra a nuestros ojos. Y con la impunidad total, da gusto jugar a policías y ladones, sabiendo que no hay nada que perder.

Cuando recuerdo la faz relajada y sonriente del “president” Francisco Camps mientras dos activistas ponían provocadoramente la bandera independentista catalana --la mas independentista de todas, la de la estrella cubana--, ante la cara de los monarcas, me preguntaba ante qué cosas reaccionará el político morisco de los trajes a medida, y de qué peculiar manera representa al Estado. Y que instrucciones habría impartido a las fuerzas, no ya para atajar los hechos sino para impedirlos y evitar que entrasen al estadio pancartas como la inmensa que reclamaba para Cataluña y Euskadi la condicion de naciones europeas, con la cortés despedida independentista de “Good bye Spain!”.

Alguien recordó que a Alfonso XIII, el monarca que no quería enfrentar a los españoles, los españoles le organizaron una pita similar en una “final” muy poco antes de que decidiera quitarse de en medio para no estorbarles. Y no logró impedir que se matasen pese a todo. Su nieto don Juan Carlos I, que ha querido ganarse el respeto con prudencia sigilosa, con sogiego vigilante y con tenaz dedicación, ha recibido, envuelto en la Marcha Real, la primera pita con el consentimiento de los que gobiernan este país y medran a su sombra. “¡Joder, que tropa!” --como dijo Romanones.


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