Han pasado muchos años desde que el exilado Jomeini regresó para tomar las riendas de una revolución contrarrevolucionaria y rencorosa, fundada en el resentimiento y el odio. Pero el mundo ha cambiado, muchas veces para bien, aunque en ocasiones nos quejemos. Nadie sabe quien dió el primer soplo para levantar este vendaval planetario, pero desde los territorios mejor comunicados a los más aislados se eleva una exigencia de justicia y libertad que se expresa en la demanda de información sin barreras y en el esfuerzo compartido por redimir a la mujer, tantos siglos vejada y preterida.
Independientemente de los enfrentamientos, a veces graves, entre Mir Husein Musavi, el candidato supuestamente “derrotado” ahora en las urnas por Mahmud Ahmadineyad y el sucesor de Ruhollá Jomeini, el Ayatollah Alí Jamenei, lo que ha contribuido a la reelección de su oponente, nadie es capaz de oponerse al arrollador ”tsunami” de la Historia.
Por eso estamos asistiendo al naufragio de la Revolución Islamista de los “Ayatollahs”. Y las imágenes que nos llegan de los enfrentamientos en las calles, soslayando la censura, burlando el embargo y desafiando las penas decretadas por el Gobierno, nos muestran por primera vez a hombres ataviados a la europea junto a enlutadas mujeres, con velos y tocas, envueltas en el talar “chador” tradicional, luchando hombro con hombro contra un régimen opresivo, asfixiante y opaco. El fracaso de la barrera de silencio y el esfuerzo estéril por taparnos los ojos, no logrará ahogar la Verdad de ese pueblo y el coraje de unas mujeres que han tomado conciencia de lo mucho que tienen que aportar a la sociedad que se está gestando. Y allí donde suene un móvil o palpite un ordenador subversivo, brotará el testimonio vivo, aunque desde hoy 18 de junio de 2009, los periodistas no tengan permiso de residencia en el Irán.
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