martes, 16 de junio de 2009

SER COMO DIOSES


El hombre siempre ha querido ser Dios. Ahí está la locura soberbia de los dictadores empeñados en hacernos sus esclavos, como Chavez que lo intentó con una asonada militar y lo logró más tarde por la via democrática; ahí está Ahmadineyad con su sospechoso pucherazo en las elecciones de Irán; ahí el “emperador democrático” de Corea del Norte que está preparando el tercer relevo de su dinastía al tiempo que manda a sus vecinos el mensaje del miedo, con pruebas balísticas y nucleares que percibieron nuestros sismógrafos como un seísmo de intensidad 4 en la escala de Richter y ahí los indigenistas populistas como Evo Morales y el ecuatoriano Correa haciendo cola para sucederse. (Basta recordar la Historia europea del s. XX)

En cuanto este ser ambicioso, este primate soberbio accede al poder, se enloquece y cree ser Dios y, como tal, eterno. Hay abundante bibliografía sobre la paranoia del Poder. Pero lo que esta decepcionándome por completo del género humano es que hasta los zoólogos y los etólogos aparentemente tan alejados de la ambición --los ecologistas mas puros “avant la lettre” que no pretenden dominar ni sujuzgar a nadie--, estan obsesionados por “fisgar” a los pocos seres que quedan en estado salvaje y retratarlos, espiarlos, medirlos, pesarlos, extraerles flúidos e incluso anillarlos. No es una práctica cruenta y tampoco reciente. Pero a mi se me ha representado de súbito como una revelación. Porque hoy he visto en un reportaje televisivo que además de todo ello, se les están colocando bajo la piel “transponders” con su código individual, como los que llevan las aeronaves para seguirlas e identificarlas, y más recientemente algunos automóviles de alta gama con objeto de recuperarlos si son robados.

Es lícito el afán de saber, explicable la curiosidad humana y entendible el deseo de conocer los pasos de los seres a quienes queremos –pregunten a los detectives y a los abogados matrimonialistas--; pero no hemos acordado ningún pacto ni firmado contrato alguno con la grulla real, el lince ibérico y el águila culebrera. Aunque esa persecución no esté inspirada por el afán de lucro, ese frenesí por conocer sus andanzas me parece una intromisión si no es estrictamente necesaria desde el punto de vista científico o sanitario y epidemiológico. Claro que estas son actividades a las que fácilmente se les libra un salvoconducto. Pero he aprendido también en un documental de Naturaleza –¡oh, la televisión!-- que en ciertos países nórdicos se acoplan a los perros los receptores de esos “transponders” que se implantaron en su juventud a esas piezas, para cobrarlas de adultas.

De modo que ya ven como mi aprensión era justificada. El hombre es muy mala compañía.


www.dariovidal.com

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