miércoles, 15 de julio de 2009

CORNADA EN TELEFÓNICA


Desde el dolor más sincero por la suerte de Daniel Jimeno Romero, navarro de Alcalá de Henares, hijo y nieto de corredores de los encierros, taurófilo experto y devoto de los sanfermines, quisiera repetir lo que su familia encareció a la alcaldesa de Pamplona poco antes de hacerse cargo de su cuerpo, temiendo tal vez la reacción compasiva y garantista de quienes viven los toros desde fuera: “Cuiden de la Fiesta”. Un gesto noble y generoso en quienes están sometidos a tan doloroso trance. Cuiden de la Fiesta, que nosotros ya no podemos hacer nada por Daniel.

La familia del muchacho, que conoce las medidas de seguridad que se han ido aplicando en tres generaciones, reconoce que hay muy poco que objetar. Y que, en el lance, concurren la suerte, el error, la distracción momentánea y el bloqueo del miedo. Pero que sin la intervención de lo azaroso y lo imprevisto que alimentan el riesgo, no habría fiesta. Porque el encierro es un rito ancestral de iniciación, que permite poner a prueba el temple de los jóvenes, “los mozos”, enfrentados a la fiera de Minos a través del peligro, el riesgo, la audacia, el valor, la astucia y también el miedo, siempre que permanezca sometido a la voluntad.

La globalización, la mundialización, la uniformización, la ignorancia de los más íntimos resortes del espíritu que difuminan los contornos de las cosas, procuran borrar lo disímil, lo singular, lo remoto y lo desconocido, por temor a lo diferente. Y ciertos artistas, algunos poetas, intelectuales poco sutiles y espíritus sensibles incapaces de entender el lenguaje limpio del encierro y el talante del “mozo” que burla, que corre, entra, sale y recorta, pretenden salvar de “la barbarie” a estos jóvenes arriscados que se inician en la vida y a los que llaman así aunque ronden la cuarentena.

La conciencia de la naturaleza pura de la fiesta y las peticiones de más seguridad desde los periódicos, me ha movido a terciar, aún sin vela en este entierro, para que no se desvirtue todo.

En el breve recorrido que se cubre en un tiempo de entre dos y cuatro minutos, hay 16 puestos de socorro con sanitarios vuluntarios, cualificados y expertos. ¿Que hacer, imponer trajes blindados? ¿Aconsejar cascos de moto? ¿Limitar el número de corredores tras unas pruebas de capacitación? ¿Pero sería entonces una fiesta popular o un espectáculo de “semiprofesionales” en que mudarían su camisa por camisolas de los patrocinadores para que los espectadores cruzasen apuestas? Hasta para esto existen límites. Cuando todo depende del corredor es precisa mucha informción, ver muchos encierros, entrenar hasta el aburrimiento, ensayar concienzudamente, estar sobrio y descansado, y si algo falla saltar la valla.


www.dariovidal.com

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