Tampoco los nombres se libran de las modas. Las mujeres respondían antes a Everilda, Rudesinda, Ezequiela, Balbina, Baldresca y Dominica. Ellas dieron a luz a niñas que bautizaron como Jacinta, Manuela, Pabla, Joaquina, Tomasa y Ramona. Les sucedieron las advocaciones marianas como María del Pilar, Mari Carmen, Maria del Claustro, María del Mar, y las asociadas a la Virgen como María Luisa y María Teresa, y ahora nos han rebasado los nombres bíblicos como Ester, Sara, Noemí y Judith, al lado de los vascos Itziar, Gotzone y Arantxa, o los de tradición anglosajona como Jéssica, Vanesa, Jenifer y Samantha, pronunciados “a la pata la llana” y como Dios nos da a entender.
Aunque, desde luego, no he oído jamás designaciones tan locas y disparatadas como en algunos países americanos. En ellos conocí a un niño bautizado como “Tresasero” por los 3 goles a 0 que había anotado el equipo de su padrino aquel día. Además conocí a Napoleón, Chúrchill, Bolívar, “Estálin” y “Jítler”, en memoría de Stalin y de Adolf Hitler. Pero hay alguno que menta a su vástago –y estos días resulta imposible no rememorarlo--, “Maikelyacson” Quinatoa Perez.
Mas por retornar a las mujeres, consecuente con las preferencias personales, los padres y los padrinos se ensañan cruelmente con las niñas. Yo he conocido a varias “Barcelonas” porque en ese subcontinente de sorpresas, el equipo titular de la ciudad de Guayaquil no se llama “Guayaquil F.C.” sino “Barcelona Sporting Club”. Otros padres, acaso más piadosos o con un párroco más estricto, las inscriben como “María Barcelona”. Pero hay niñas a las que llaman “Cocacola” sin despeinarse, entronizando irreflexivamente la publicidad en el ámbito domestico. Y eso ha forzado a algún exaltado a poner a su niña “Pepsicola”. Aunque lo más escatológico y desmadrado fue condenar a dos niñas –por lo menos a dos que yo sepa-- a ser conocidas por “Útero” Zambrano Lucas y “Vagina” Saltos Guachamín.
No llega a tanto el santoral perruno, pero antes cuando oíamos llamar Estrella, Lista, Canela, Diana o Linda, sabíamos que se referian a una perrita. En cambio ahora les llaman Manuela, Pepa, Tomasa y Juana.
El alcance de la humana estupidez es mas perdurable que la vida. Escribiendo estas líneas me he dado cuenta de que, sin proponérmelo, estaba glosando un epigrama muy divertido a “Una ridícula venida a mas”, que dice: “Me han dicho que llamas a tus hijas / para dártelas de fina y de moderna / Mélany, Jessica, Erika y Vanesa / ¡Qué dispendio onomástico, Marisa! / ¿Qué diría tu abuela la Ezequiela / y qué tu pobre madre la Felisa?”
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