Los obispos vascos han pedido perdón. Se sienten culpables y el remordimiento no les deja conciliar el sueño, así es que han reclutado no se si a cuarenta o cincuenta clérigos de infantería y sin graduación, y han celebrado una misa solemne con profusión de “kyries”, “oremus” y “confiteors”, unos cuantos cánticos durante una horita relajada y asunto concluido. Piden perdón por una culpa de sus predecesores, que siempre es una contricción más benigna. Igual que el arrepentimiento un poco tardío del titular del Vaticano --que dicen sucesor de “El Galileo”--, con Galileo Galilei. Tambien yo pido perdón por todas las posibles trapacerías de mis antepasados anteriores a mis abuelos.
Asi es que la clerecía vasca, dirigida por su jerarquía y sus pastores, se halla ya en paz y con la conciencia tranquila. Han pedido perdón y, sin haber oído ninguna voz desgarrando el silencio del firmamento, se han dado por perdonados. No se han humillado sumisamente ante los torturados, los humillados, los asesinados y los que padecieron el desgarro de las ausencias y el dolor, a los que han maltratado y han privado del consuelo de hermanos, del apoyo de prójimos y de la compasión de cristianos, negándoles incluso el lenitivo de la compasión, los sacramentos y las exequias. No. Sólo han solicitado el perdón de Dios, cómodamente y sin humillarse ante aquellos a quienes han traicionado. Y han decidido que Dios les ha absuelto.
Pero no han solicitado la Gracia para lo que todos pensábamos, no. No han recurrido al sacramento de la penitencia por el consuelo que no han dado, por las comuniones que no han impartido, por las iglesias que no han abierto, por las misas que no han oficiado y por los funerales que no han celebrado en expiación de sus fieles asesinados, humanos también pero no homicidas, ni por haber dado acogida en sus casas a los criminales de una banda de forajidos. Tampoco han pedido perdón por los sacerdotes que fundaron la ETA con otros acólitos seglares, todos con vida, reconocimiento y prestigio de patriotas, ni por el desamor –si no otras cosas peores-- de los señores Uriarte y Setién.
No han pedido perdón por el daño originado a la Iglesia del Cristo con su actitud de desprecio a los fieles, ni por su vulneración de la fe, la esperanza y la caridad cristianas.
Han organizado este acto de cínica contricción, para pedir perdón –no a sus semejantes sino al Cielo-- por no haberle reprochado a Franco que hubiese hecho fusilar a catorce curas “abertzales”; pero nada dicen de aquellos que mataron sus bravos gudaris. Ni de los mil seglares que han expulsado de la vida sus protegidos.
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