sábado, 1 de agosto de 2009

PEOR QUE LA GRIPE


Lo he escrito ya muchas veces. Lo mas abominable del delito no es el tirón del bolso, la sustracción de la cartera, la falsificación del documento o la amenaza con el arma. No. Lo más grave es el recelo y la desconfianza que genera hacia los demás. En la cálida sociedad rural, aunque no ataran los perros con longaniza, nadie temía a los otros porque eran prójimos: gente cercana capaz de asumir incluso riesgos por rescatar a uno que se había quebrado una pierna al caer por un barranco, que se había lesionado con una herramienta o había sido herido por un animal. “Usted también lo habría hecho por mí”,-- era la fórmula con que explicaba su acción el auxiliador al auxiliado. Hasta que un día, los que levantaron del suelo a un accidentado en la gran ciudad le limpiaron la cartera. Ese día hicieron algo peor que robar: le enseñaron a desconfiar en los demás.
Aquello pudo ser consecuencia de la penuria del emigrante o de las malas artes del pícaro garduño, urbano y haragán. Mas ahora la paranoia profiláctica e hipocondríaca de los aprensivos, puede representar la perdida total de la “inocencia” en vista del avance inexorable y fatal de esta cruel pandemia imaginaria e inventada llamada “Gripe Porcina” (¡puah!), “Nueva Gripe” o “Gripe A” con que los de siempre quisieron aliviarse de la Crisis, que comenzó siendo también un invento que se les ha ido de las manos.
Como no saben qué hacer ya para que dure el susto, las autoridades sanitarias dicen ahora, en vista de su “morbilidad”, que no nos besemos en las mejillas –no digamos ya en la boca--, que no nos rocemos, que no nos toquemos y que no nos demos la mano al saludarnos.
A los niños les hemos acostumbrado a que se alejen de los mayores, y luego a que no hablen con desconocidos, Reconozco que es una precaución sensata pero lamentable. Sería mas razonable colgar a los abusadores de sus partes pudendas, que privar a un niño de la caricia de un amigo desconocido. El otro día me atreví a revolverle el pelo a un pequeñin que jugaba con mi perra y, al alzar la mirada, me topé con cuatro ojos inquisitivos y severos que me hicieron sentir como un agresor. Vaya mierda de sociedad que estamos consintiendo entre todos. Yo de niño tenía mis amigos mayores, y aún ancianos como un viejo payaso llamado “Tony Tola” que me hacía desternillar de risa y jamás he olvidado.
En esta comunidad estéril, esterilizadora e histérica, vamos a renunciar hasta a la mirada para que no se nos contagie la miopía. A los del norte les damos envida los mediterráneos y no quieren que nos apretujemos, nos toquemos y nos besemos. Váyanse al diablo.

www.dariovidal.com

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