Imaginen “un pais de fábula” en el que, unas horas antes de que comparezca un juez ante el Tribunal Supremo (Poder Judicial) por supuesta prevaricación – acusado de ejercer tareas que no son de su competencia--, es defendido por el portavoz del partido en el Gobierno (Poder Ejecutivo) y exaltado como un ejemplo a seguir. ¿Se puede confiar en los jueces?
Supongan que el equipo de fútbol de la capital de la nación, en pugna reñida y lícita con otros conjuntos del país, crea un cargo desempeñado por un árbitro recien jubilado y amigo, con el propósito de alojar, acompañar, agasajar y servir a los árbitros que hayan de juzgar sus enfrentamientos en el césped. ¿Se puede confiar en los árbitros?
Consideren el riesgo de una nación arruinada, en caída libre, a cuyos moradores no se les abre el paracaídas porque en lugar de tirar de la anilla para evitar o mitigar el trompazo, les dice el jefe que hay suficiente colchón y que no pasa nada, hasta que a cien metros del suelo les advierten por megafonía que apresten sus colchones, almoadones y neumáticos hinchables porque resultan muy útiles para lo que ya es inevitable. ¿Se puede confiar en los que mandan?
Idéen una tierra idílica en que escolares y estudiantes -- que son cosa distinta--, reciben el mensaje de que la juventud no está para formarse e informarse sino para gozar porque “la vida es breve”, y de paso para dilapidar el tiempo en vez de sacarle partido. “¡Ancha es Castilla!” Y por ello, nadie tiene derecho a turbar la placidez deleitosa de nuestros jóvenes. Los jóvenes únicamente tienen derechos. Pero sin el contrapunto de las obligaciones. Tienen derecho a sabotear la clase, a molestar a los demás, a insolentarse, a fumar, a insultar al profesor y a zarandearlo en ocasiones, a denunciar su rigor y sus posibles agresiones(?) y a pasar de curso sin aprobar las asignaturas, La vida es Jauja. Pero los profesores no pueden imponer su autoridad, no solo a causa de una desdichada legislación sino porque los padres, que dicen no poder con sus retoños, defienden pese a ello sus diabluras primero, sus impertinencias luego y en ocasiones sus delitos, negándolos siempre. ¿Se puede confiar en la autoridad?
En este país de Jauja hemos conseguido, gracias a ello, ponernos en el puesto 33, a la cola del mundo. Ni unos ni otros gobiernos se han atrevido a variar el rumbo de la Educación porque enfrentarse a los estudiantes no es popular. Pero el mundo, cada vez más competitivo, es de los disciplinados, de los trabajadores, de los audaces, de los que se esfuerzan y de aquellos cuyos políticos saben que “adolecer” es carecer, y adolescente, el que tiene que formarse para triunfar.
Darío Vidal
10/09/2009
Supongan que el equipo de fútbol de la capital de la nación, en pugna reñida y lícita con otros conjuntos del país, crea un cargo desempeñado por un árbitro recien jubilado y amigo, con el propósito de alojar, acompañar, agasajar y servir a los árbitros que hayan de juzgar sus enfrentamientos en el césped. ¿Se puede confiar en los árbitros?
Consideren el riesgo de una nación arruinada, en caída libre, a cuyos moradores no se les abre el paracaídas porque en lugar de tirar de la anilla para evitar o mitigar el trompazo, les dice el jefe que hay suficiente colchón y que no pasa nada, hasta que a cien metros del suelo les advierten por megafonía que apresten sus colchones, almoadones y neumáticos hinchables porque resultan muy útiles para lo que ya es inevitable. ¿Se puede confiar en los que mandan?
Idéen una tierra idílica en que escolares y estudiantes -- que son cosa distinta--, reciben el mensaje de que la juventud no está para formarse e informarse sino para gozar porque “la vida es breve”, y de paso para dilapidar el tiempo en vez de sacarle partido. “¡Ancha es Castilla!” Y por ello, nadie tiene derecho a turbar la placidez deleitosa de nuestros jóvenes. Los jóvenes únicamente tienen derechos. Pero sin el contrapunto de las obligaciones. Tienen derecho a sabotear la clase, a molestar a los demás, a insolentarse, a fumar, a insultar al profesor y a zarandearlo en ocasiones, a denunciar su rigor y sus posibles agresiones(?) y a pasar de curso sin aprobar las asignaturas, La vida es Jauja. Pero los profesores no pueden imponer su autoridad, no solo a causa de una desdichada legislación sino porque los padres, que dicen no poder con sus retoños, defienden pese a ello sus diabluras primero, sus impertinencias luego y en ocasiones sus delitos, negándolos siempre. ¿Se puede confiar en la autoridad?
En este país de Jauja hemos conseguido, gracias a ello, ponernos en el puesto 33, a la cola del mundo. Ni unos ni otros gobiernos se han atrevido a variar el rumbo de la Educación porque enfrentarse a los estudiantes no es popular. Pero el mundo, cada vez más competitivo, es de los disciplinados, de los trabajadores, de los audaces, de los que se esfuerzan y de aquellos cuyos políticos saben que “adolecer” es carecer, y adolescente, el que tiene que formarse para triunfar.
Darío Vidal
10/09/2009
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