jueves, 10 de septiembre de 2009

En un país de fábula


Imaginen “un pais de fábula” en el que, unas horas antes de que comparezca un juez ante el Tribunal Supremo (Poder Judicial) por supuesta prevaricación – acusado de ejercer tareas que no son de su competencia--, es defendido por el portavoz del partido en el Gobierno (Poder Ejecutivo) y exaltado como un ejemplo a seguir. ¿Se puede confiar en los jueces?
Supongan que el equipo de fútbol de la capital de la nación, en pugna reñida y lícita con otros conjuntos del país, crea un cargo desempeñado por un árbitro recien jubilado y amigo, con el propósito de alojar, acompañar, agasajar y servir a los árbitros que hayan de juzgar sus enfrentamientos en el césped. ¿Se puede confiar en los árbitros?
Consideren el riesgo de una nación arruinada, en caída libre, a cuyos moradores no se les abre el paracaídas porque en lugar de tirar de la anilla para evitar o mitigar el trompazo, les dice el jefe que hay suficiente colchón y que no pasa nada, hasta que a cien metros del suelo les advierten por megafonía que apresten sus colchones, almoadones y neumáticos hinchables porque resultan muy útiles para lo que ya es inevitable. ¿Se puede confiar en los que mandan?
Idéen una tierra idílica en que escolares y estudiantes -- que son cosa distinta--, reciben el mensaje de que la juventud no está para formarse e informarse sino para gozar porque “la vida es breve”, y de paso para dilapidar el tiempo en vez de sacarle partido. “¡Ancha es Castilla!” Y por ello, nadie tiene derecho a turbar la placidez deleitosa de nuestros jóvenes. Los jóvenes únicamente tienen derechos. Pero sin el contrapunto de las obligaciones. Tienen derecho a sabotear la clase, a molestar a los demás, a insolentarse, a fumar, a insultar al profesor y a zarandearlo en ocasiones, a denunciar su rigor y sus posibles agresiones(?) y a pasar de curso sin aprobar las asignaturas, La vida es Jauja. Pero los profesores no pueden imponer su autoridad, no solo a causa de una desdichada legislación sino porque los padres, que dicen no poder con sus retoños, defienden pese a ello sus diabluras primero, sus impertinencias luego y en ocasiones sus delitos, negándolos siempre. ¿Se puede confiar en la autoridad?
En este país de Jauja hemos conseguido, gracias a ello, ponernos en el puesto 33, a la cola del mundo. Ni unos ni otros gobiernos se han atrevido a variar el rumbo de la Educación porque enfrentarse a los estudiantes no es popular. Pero el mundo, cada vez más competitivo, es de los disciplinados, de los trabajadores, de los audaces, de los que se esfuerzan y de aquellos cuyos políticos saben que “adolecer” es carecer, y adolescente, el que tiene que formarse para triunfar.

Darío Vidal
10/09/2009


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