sábado, 24 de octubre de 2009

Anglicanos y Papistas






Parece que va a cumplirse el viejo sueño cristiano de reunir a las Iglesias del Nuevo Testamento. No se si lo veremos nosotros pero ante el descrédito de las ideas y la laxitud de las creencias, el catolicismo y los luteranos han venido haciendo esfuerzos desde el Concilio Vaticano II para no ahondar las divergencias. Si hablamos de fraternidad y de amor, qué sentido tuvieron las Guerras de Religiòn salvo el que quisieron darle los monarcas. Puede que desde la perspectiva global de la ecología planetaria hicieran falta contiendas cruentas para aligerar de peso este mundo, pero no es de extrañar que los jóvenes se encaren ahora con los políticos para decir que únicamente se enfrentarán a los rivales en los campos de futbol.

Han visto ya muchas veces colocar coronas de laurel con las banderas de su país y del “enemigo” en los memoriales de sus compañeros caídos, por los dirigentes de sus naciones ahora reconciliadas. Y no, no predican el rencor sino el dolor de una contienda que nunca quisieron, librada contra unos jóvenes como ellos a los que jamás odiaron, aunque los activistas de “Agi-prop” les contaran que robaban sus bienes, profanaban sus símbolos y violaban a sus novias. Algún día, chiítas y sunnitas pedirán cuentas a sus dirigentes por esa historia que hoy repite el Islam.

Un grupo de pastores anglicanos quiere ahora integrarse en la Iglesia Católica --como hizo Tony Blair-- culminando un lento y dilatado goteo, seguramente para acogerse a la autoridad de un símbolo como el Papa al que secularmente denostaron. En una época de dispersión, de inseguridad, de incertezas y escasa lealtad, el común de los individuos desea pasar por la vida como por un paisaje conocido y no que la existencia nos pase por encima. Y la Iglesia Católica es la única institución que, pese a los zarandeos y las críticas, comunica un sentimiento de seguridad cimentado en una autoridad que remite a lo permanente, lo inamovible y lo eterno.

Es cierto que la aspiración a la perennidad no es el anhelo más compartido en nuestros días. Incluso la sociedad adulta se ha impregnado del espíritu juvenil del cambio. Nuestros abuelos detestaban lo perecedero y elogiaban como el paradigma de la perfección una casa para toda la vida, un coche para toda la vida e incluso un traje para toda la vida. De ahí la fidelidad a las marcas. Ahora hasta las sociedades deportivas se han vuelto empresas mercantiles; los idolatrados jugadores que luchan y agonizan en el campo, pueden pertenecer la próxima temporada al equipo más odiado, y el equipamiento del club, que siempre fue como una bandera, puede cambiar de un domingo al otro según se vista el contrincante.

Tal vez pedimos que la religión no cambie.

Darío Vidal
24/10/2009

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