viernes, 6 de noviembre de 2009

Se mueren nuestros mitos


Algunas veces, no sé por que, la muerte se cobra las vidas a racimos; currículos dispares y distantes; existencias a las que la edad no había apenas marchitado y de las que podíamos esperar lecciones y enseñanzas que aún estamos necesitando, nos las arrebata el primer septentrión del otoño.

Esa es la cosecha que nos ha arrebatado en poco más de cuarenta y ocho horas al dejarnos sin José Luis López Vázquez, sin Francisco Ayala y sin Claude Lévi-Strauss. No se quién escribió que no había nadie más desvalido y triste que un huérfano de cincuenta años, y eso nos sucede a algunos que tendremos que sustituirles, aunque modestamente y sin quererlo, en el compromiso de preservar la Cultura, más que nunca amenazada por una nueva forma de opulenta barbarie, que va a exigirnos erguir el lábaro con mucho esfuerzo y menguados arrestos probablemente, para dar testimonio de una identidad que han esculpido muchos durante siglos y que empiezan a ser desconocidos porque nadie ya, ni en la universdad, habla de ellos.

Hay ocasiones en que un vendaval de muerte se encarama a las espadañas, como para dejar mudas las campanas que señalaban con sus tañidos los puntos cardinales, las referencias primordiales, los hitos que ninguna modernidad original y genuina puede obviar sin traicionarse y sin renunciar a su humana condición.

Esas gavillas de mentes lúcidas, egregias y eminentes --no se si han reparado en ello--, nos las suelen arrebatar las escrespadas galernas de otoño para dejarnos mas huérfanos al barrer el humo funerario que ha sublimado la terca rigidez de la materia, hecha luz e idea por la purificacio de la llama.

En estas horas de las alabanzas no es posible añadir nada a cuanto se ha dicho ya de José Luis López Vázquez, un cómico que fué creciendo sin pausa merced a una prodigiosa inteligencia escénica que le permitió triunfar en todos los géneros.

De Francisco Ayala guardo la emoción de una entrevista vivificante como una lluvia que deseaba prolongar para resarcirme de tanto silencio, saliente yo de una Universidad que ocultó más que mostró, atraido por su mirada de niño o de poeta, pese a que regresaba desposeído no solo de su posicion sino de su pasado y de parte de su existencia.

Jamás vi a Claude Lévi-Strauss pero le leí desde los primeros tiempos de estudiante y como lo veía referenciado en las mas diversas disciplinas humanísticas, pensé que se trataba de un ilustre difunto. Provocador al límite como ser que se renueva reviviendo y creador de la antropología estructural se indispuso con el mundo pero obligó a todos a pensar.

Ese es el tesoro que hemos perdido con las galernas de otoño.

Darío Vidal
06/11/2009

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