viernes, 11 de diciembre de 2009

Aire limpio


Se me antoja tan siniestro el guión que representamos con GB, GBZ y sus pateras de “narcos”, la azarosa suerte de los cooperantes raptados en Mauritania por Al Qaeda y la dictadura de Marruecos con Aminatu Haidar de El Aaiún al fondo, que hace días que no escribo. Así es que desde esa postración inducida por la plétora informativa, no sé hasta qué punto veraz pero sí asfixiante, he corrido a refugiarme en uno de los pocos paraísos que me quedaban. Un paraíso amenazado por los gases de escape y el rugir de los motores en los circuitos recién inaugurados de “MotorLand” de Alcañiz, que han sido construidos en una reserva natural de aves acuaticas llamadas a huir, como -supongo- los que han volatilizado ya los primeros veinte millones de euros sin dejar rastro.

En el observatorio de aves se ha puesto el sol y atardece. Veo en un rótulo representadas las que aquí anidan como el somormujo, la focha, la garza real, el pato colorado y el azulón o ánade real entre otras. Nadie habla ya de las famosas anguilas de la reina María Antonieta ni de las tortugas.

El agrio zumbido de las motos -hoy tocan motos- ha enmudecido en la pista de acá, velada pero no acallada por la densa espesura de los árboles. Mi perra contempla abstraída el horizonte de trigales que se extiende hacia el sur y el agua del lago que se ha tornado rosa pastel, imitando a las nubes que se derraman en largas melenas peinadas del centro a los extremos.

Crece el tenue relente otoñal, la perra ha agitado la cabeza como para espantar un mal pensamiento y se pierde hacia la orilla culebreando entre las matas. El terso silencio vespertino se interrumpe a veces con el gruñido de los camiones que se acercan y alejan por la carretera de Zaragoza acercando mercancías casi siempre innecesarias.

El fresco se encarama por la espalda y un tiritón o un repeluz nos eriza a mi el cabello y a “Pirata” el blanco vellocino sedoso, manchado de negro en el ojo derecho como el parche de los bucaneros. Aunque no sabemos si es por la brisa, o por la serena belleza del paisaje.

Del espesor de una junquera brota una punta de flecha que rompe suavemente la placidez del agua. Son una docena de patos que sale a despedir el día chapotenado en formación, a los que la perra más inexperta, insensata y aguerrida del término, pretende dar alcance. Luego aparece con disimulo y se acurruca a mi lado con mirada de no haber roto un plato pero lleva las patas mojadas. “¿Qué has hecho?”, le pregunto. Pero grazna un ánade al pasar y se desentiende de mi.

Se acaba el espectáculo del día y, poco a poco, los utilleros de Dios se aprestan a apagar las candilejas. Hay otro modo de vivir.

Darío Vidal
10/12/2009

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