No soy ideológicamente monárquico. Como todos los españoles. Pero, como todos los españoles, soy un devoto del Rey aunque parezca en cierta medida un contrasentido. El “Príncipe de España” fué un compatriota humillado, marginado y menospreciado por Franco. Como todos los españoles. Y con él vivimos los avatares de la titubeante pre-transición hasta que el Ejército reconoció en su persona al jefe supremo de las Fuerza Armadas. Gracias a esa autoridad salimos indemnes de la intentona del 23-F aunque algunos le acusaran de haber “borboneado” en algún momento.
Ya en el trono, se mostró próximo, cercano y llano como un igual, y renunció a rodearse de una Corte de aduladores, validos e intrigantes, con lo que terminó de ganar para su causa a los partidos republicanos, hasta el punto de que uno de sus líderes lo elogió como el menos monárquico de los reyes. Seguramente no es perfecto pero nos ha servido de modelo y ha preservado de vaivenes la res-pública porque se ha ceñido escrupulosamente a los mandatos de la Constitución para ser un rey que reina y no gobierna. Sin embargo algunos no entienden ahora la forzada impasibilidad del Monarca ante desafíos no previstos antes, y desearían que tuviese un margen constitucional de actuación cuando se trata de la cohesión del Estado, del decoro y la dignidad de los símbolos, y de la representación nacional al más alto nivel.
Sabemos que estos pormenores los han contemplado y debatido los constitucionalistas, porque “doctores tiene la Iglesia” y no es cuestión de invadir, con argumentos afectivos de aficionado y diletante, la severa parcela de los especialistas en este y otros asuntos. Pero sufrir la intolerable arrogancia de Mohamed VI, que se proclama “hermano” del Rey mientras rechaza la entrada de la saharaui Aminatu Haidar después de recoger un galardón en Estados Unidos desoyendo la demanda de nuestro Gobierno, y tolerar la profanación de nuestra enseña –ya no me refiero en este caso a la apropiación de nuestras aguas-- por las naves de Su Majestad Isabel II de Inglaterra que se reconoce familiar en segundo grado del Monarca, es más de lo que la dignidad maltrecha de nuestro pueblo, hecho por desgracia a todo, es capaz de digerir.
Y duele ver a nuestro máximo representante, plantado como un Don Tancredo en medio del ruedo y aguantando las tarascadas de quienes dicen ser sus amigos. Ahí sí habríamos de reformar nuestras maneras pusilánimes y la Constitución.
Es una confesión perí, para y meta-monárquica.
Darío Vidal
05/12/2009
Ya en el trono, se mostró próximo, cercano y llano como un igual, y renunció a rodearse de una Corte de aduladores, validos e intrigantes, con lo que terminó de ganar para su causa a los partidos republicanos, hasta el punto de que uno de sus líderes lo elogió como el menos monárquico de los reyes. Seguramente no es perfecto pero nos ha servido de modelo y ha preservado de vaivenes la res-pública porque se ha ceñido escrupulosamente a los mandatos de la Constitución para ser un rey que reina y no gobierna. Sin embargo algunos no entienden ahora la forzada impasibilidad del Monarca ante desafíos no previstos antes, y desearían que tuviese un margen constitucional de actuación cuando se trata de la cohesión del Estado, del decoro y la dignidad de los símbolos, y de la representación nacional al más alto nivel.
Sabemos que estos pormenores los han contemplado y debatido los constitucionalistas, porque “doctores tiene la Iglesia” y no es cuestión de invadir, con argumentos afectivos de aficionado y diletante, la severa parcela de los especialistas en este y otros asuntos. Pero sufrir la intolerable arrogancia de Mohamed VI, que se proclama “hermano” del Rey mientras rechaza la entrada de la saharaui Aminatu Haidar después de recoger un galardón en Estados Unidos desoyendo la demanda de nuestro Gobierno, y tolerar la profanación de nuestra enseña –ya no me refiero en este caso a la apropiación de nuestras aguas-- por las naves de Su Majestad Isabel II de Inglaterra que se reconoce familiar en segundo grado del Monarca, es más de lo que la dignidad maltrecha de nuestro pueblo, hecho por desgracia a todo, es capaz de digerir.
Y duele ver a nuestro máximo representante, plantado como un Don Tancredo en medio del ruedo y aguantando las tarascadas de quienes dicen ser sus amigos. Ahí sí habríamos de reformar nuestras maneras pusilánimes y la Constitución.
Es una confesión perí, para y meta-monárquica.
Darío Vidal
05/12/2009
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