Cuando una sociedad necesita recurrir a los superhéroes es porque se halla sumida en el terror. España comenzó a estar madura cuando concibió al asendereado y taciturno Don Quijote, antihéroe de la Mancha, “Caballero de la Triste Figura”, después de haberse inventado unos siglos antes a Rodrigo Díaz de Vivar “El Cid”, para hurtarse al miedo.
Los Estados Unidos no habían tenido ocasión siquiera de temerle a nadie de su entorno. Pero he aquí que un 11 de septiembre, después de haber dado un millar de ideas en el cine para atentar contra las torres gemelas del World Trade Center desde la arrogancia de la impunidad, los dos edificios gigantes estallaron convertidos en pavesas. Y el país se hizo adulto al conocer el miedo. Pero saber que no está exento del dolor y la muerte, no le autoriza a instalar a su población y ni al resto del Planeta en el terror.
Temeroso con el temor infundado de los niños, los Estados Unidos inventó a “Superman”, “Spiderman” y el culturista Arnold Swartzeneger al que encomendó el gobierno de un Estado para descubrir que un comediante es solo una representación pero no la verdad en sí, lo mismo que las Ideas en la Cueva de Platón.
Las dos deflagraciones de Manhattan agitaron a la ciudad y al mundo “urbi et orbi” y nos enseñaron que hay que llevar cuidado con lo que imaginamos porque termina sucediendo. Mas los últimos sucesos relacionados con la amenaza terrorista han movido a risa. Y es que cuando todos nos empeñábamos en aceptar que aquello fue un mal sueño, rindió vuelo en Detroit (EE.UU.) Adbul Mutalaf, el malvado ingeniero islamista nigeriano que había pretendido deflagrar el avión en que volaba con unos calzoncillos explosivos, pero al que falló el sistema de ignición, no se sabe cómo.
Y he aquí que los yanquis, con la sutileza que les es propia, nos ordenan enseñar el culo: culos jóvenes y viejos; tafanarios turgentes como manzanas o flácidos como el pellejo de las pasas; asentaderas respingonas, retozonas y combatientes, o alicaídas, macilentas y fanés como de momia. Mucho debe gustar el atrás a esos “voyeurs” porque desde el punto de vista estadístico tampoco será para tirar cohetes. Y no digamos a la media vuelta. “A ver, usted; sí, usted: documentación”. Y una partida de manso ganado estabulado, salvando, eso sí, la Dignidad y los Derechos Humanos, mostrará las herméticas rajitas poco usadas y las desajustadas cerraduras reparadas, o el remate colgante del pubis y los pingajos de lo mal acabado: “Mira, aquí se terminó la arcilla”.
Pero mientras, a un pobre que volaba de Chekia a Irlanda, le metieron explosivos a ver si los otros los detectaban. Y en California han detenido a un “quidam” al confudir miel con plástico detonante. ¡En qué manos estamos!
Darío Vidal
07/01/2010
Los Estados Unidos no habían tenido ocasión siquiera de temerle a nadie de su entorno. Pero he aquí que un 11 de septiembre, después de haber dado un millar de ideas en el cine para atentar contra las torres gemelas del World Trade Center desde la arrogancia de la impunidad, los dos edificios gigantes estallaron convertidos en pavesas. Y el país se hizo adulto al conocer el miedo. Pero saber que no está exento del dolor y la muerte, no le autoriza a instalar a su población y ni al resto del Planeta en el terror.
Temeroso con el temor infundado de los niños, los Estados Unidos inventó a “Superman”, “Spiderman” y el culturista Arnold Swartzeneger al que encomendó el gobierno de un Estado para descubrir que un comediante es solo una representación pero no la verdad en sí, lo mismo que las Ideas en la Cueva de Platón.
Las dos deflagraciones de Manhattan agitaron a la ciudad y al mundo “urbi et orbi” y nos enseñaron que hay que llevar cuidado con lo que imaginamos porque termina sucediendo. Mas los últimos sucesos relacionados con la amenaza terrorista han movido a risa. Y es que cuando todos nos empeñábamos en aceptar que aquello fue un mal sueño, rindió vuelo en Detroit (EE.UU.) Adbul Mutalaf, el malvado ingeniero islamista nigeriano que había pretendido deflagrar el avión en que volaba con unos calzoncillos explosivos, pero al que falló el sistema de ignición, no se sabe cómo.
Y he aquí que los yanquis, con la sutileza que les es propia, nos ordenan enseñar el culo: culos jóvenes y viejos; tafanarios turgentes como manzanas o flácidos como el pellejo de las pasas; asentaderas respingonas, retozonas y combatientes, o alicaídas, macilentas y fanés como de momia. Mucho debe gustar el atrás a esos “voyeurs” porque desde el punto de vista estadístico tampoco será para tirar cohetes. Y no digamos a la media vuelta. “A ver, usted; sí, usted: documentación”. Y una partida de manso ganado estabulado, salvando, eso sí, la Dignidad y los Derechos Humanos, mostrará las herméticas rajitas poco usadas y las desajustadas cerraduras reparadas, o el remate colgante del pubis y los pingajos de lo mal acabado: “Mira, aquí se terminó la arcilla”.
Pero mientras, a un pobre que volaba de Chekia a Irlanda, le metieron explosivos a ver si los otros los detectaban. Y en California han detenido a un “quidam” al confudir miel con plástico detonante. ¡En qué manos estamos!
Darío Vidal
07/01/2010
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