miércoles, 20 de enero de 2010

Haití, el Infierno en el Cielo


Las personas no son ni buenas ni malas, sino todo lo contrario. Son, como definía Blas de Otero, “ángeles con grandes alas de cadenas” y, por eso, igual aflora el ángel que se despierta la fiera que duerme en ellas.

En una tierra de gente amable y solidaria como Haití, el diablo y la magia negra encarnada en el "vudú", sembraron la semilla del mal en una rebelión de esclavos oprimidos en 1804. Más la paranoia frenética creció con la familia Duvalier (1957-1986) y culminó en la figura de “Papá Doc”, el depravado Françoise Duvalier y su sanguinaria guardia personal de los “ton-ton macoute”, que prolongó su poder hasta que su hijo Jean-Claude tuvo que exilarse en la Costa Azul, que no es mal lugar de penitencia. Su herencia fueron las bandas torturadoras, homicidas e inhumanas, de las que los debiles y los más ignorantes pretenden defenderse mediante el pacto con el demonio como si no fuera, precisamente él, el inspirador de los asesinos.

Hasta hace un par de días no ha aparecido --y sólo para fotografiarse con la secretaria de Estado de los EE.UU., --esa representación oculta y casi clandestina de dirigente que es René Prèval, presidente de la República de Haití. ¿Qué ha hecho en estos largos días y qué en su dilatado mandato para hecer del suyo el país más pobre, inerme y deforestado de la región?

Hoy se ha producido, después de otras menores que han dificultado el desescombro, una réplica prolongada de más de seis grados de intensidad en la zona de Puerto Príncipe, que ha terminado con los postreros edificios y las últimas esperanzas, sembrando el pánico entre la población.

Parece que toma cuerpo la propuesta de reubicar la capital en otro lugar, porque se halla asentada sobre una falla tectónica en que chocan dos plataformas continentales. Y el cúmulo de desgracias que hace años pudiera achacarse a la mala suerte o al castigo de Dios por los pecados de la carne, se sabe hoy que no deben atribuírse tampoco a la acción de los poderes infernales. El infortunio de la capital haitiana se disipará no con ceremonias piadosas ni actos de “vudú” sino trasladando el emplazamiento de la ciudad.

Que hablen los geólogos y decidan los políticos y el pueblo. Pero en la confusión de la delincuencia como sistema, no sabemos si queda pueblo ni si queda alguien que merezca el nombre de político, pues en estas largas jornadas de dolor, soledad e incertidumbre, no han aparecido por las calles ni se han dejado ver entre los escombros en que se afanaban por luchar contra la muerte los voluntarios extranjeros.

Hay dos acciones certeras para acabar con el maleficio haitiano: cambiar el emplazamiento de la capital y acabar con la camarilla corrupta de René Préval.

Darío Vidal
20/01/2010

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