A quien no entienda lo que significa andar enmascarado, le recomendaría que viese el carnet de identidad de una ciudadana ataviada con el “burka” o el “niqab”, la prenda talar integral que no descubre mas que los ojos. Yo lo vi. Y reparé en la tomadura de pelo que constituye un documento identificativo que no identifique sino que encubra, aunque algunos musulmanes, como ciertos inmigantes franceses, funden el capricho en una tradición de sus paises, aun cuando estén en tierras de acogida con maneras tan dignas de respeto como las que pretenden importar.
Solo en territorios salvajes, incultos o asilvestrados, puede concebirse el descontrol de personas ocultas tras una pantalla de farsa o de ropa, y más todavía después de que los musulmanes que lo invocan se infiltren entre la multitud con el cuerpo invisible cubierto de explosivos.
No se trata de intolerancia religiosa. Las creencias religiosas deben asentarse en el reducto de la intimidad mas secreta y no exhibirse ante quien se cruza con nosotros, sobre todo con riesgo de la seguridad de los otros. Imaginen un poster con fotos como las que he descrito, de los terroristas más buscados. Y no digamos si, en vez del tolerante “niqab” que permite atisbar los ojos, los personajes buscados fueran paquetes azules o negros velados por un “burka”.
Pues en nuestra vecina Francia, el Parlamento ha rechazado esos modos de enmascarar a las personas y de burlar la seguridad. ¿Que harán esos individuos cuando tengan que mostrarse en los escaners integrales de los aeropuertos de paises de paganos y “cruzados”?
En nombre de la libertad, de la Democracia y del espiritu de la República, el Parlamento se ha enzarzado en una serie de cuestiones tan intrincadas e irrelevantes como las futiles discusiones que bautizaron como “Querellas Bizantinas”, y que ocuparon el tiempo y el pensamiento de los teólogos cristianos, para investigar asuntos tan apasionantes como cuál era el sexo de los ángeles. Pero, por encima del verbalismo escolástico y vicioso, o de las posiciones favorables de islamistas, cristianos y judíos, parecen haber perdido todos el juicio ante el verdadero problema de inseguridad que esas túnicas generan. Y de la incongruencia de que solo se prohiba llevar el rostro oculto en los centros oficiales, como si solo en ellos se pudieran cometer delitos. Reduciendo la cuestion al absurdo, deberíamos considerar nuestro derecho de ciudadanos a ir por la calle de esa guisa o velados con un antifaz.
La historia del Bajo Imperio relata como los senadores de Roma debatían el problema de la infiltración de los pueblos bárbaros, cuando sus ejércitos estaban ya aposentándose en las fronteras.
Darío Vidal
27/01/2010
Solo en territorios salvajes, incultos o asilvestrados, puede concebirse el descontrol de personas ocultas tras una pantalla de farsa o de ropa, y más todavía después de que los musulmanes que lo invocan se infiltren entre la multitud con el cuerpo invisible cubierto de explosivos.
No se trata de intolerancia religiosa. Las creencias religiosas deben asentarse en el reducto de la intimidad mas secreta y no exhibirse ante quien se cruza con nosotros, sobre todo con riesgo de la seguridad de los otros. Imaginen un poster con fotos como las que he descrito, de los terroristas más buscados. Y no digamos si, en vez del tolerante “niqab” que permite atisbar los ojos, los personajes buscados fueran paquetes azules o negros velados por un “burka”.
Pues en nuestra vecina Francia, el Parlamento ha rechazado esos modos de enmascarar a las personas y de burlar la seguridad. ¿Que harán esos individuos cuando tengan que mostrarse en los escaners integrales de los aeropuertos de paises de paganos y “cruzados”?
En nombre de la libertad, de la Democracia y del espiritu de la República, el Parlamento se ha enzarzado en una serie de cuestiones tan intrincadas e irrelevantes como las futiles discusiones que bautizaron como “Querellas Bizantinas”, y que ocuparon el tiempo y el pensamiento de los teólogos cristianos, para investigar asuntos tan apasionantes como cuál era el sexo de los ángeles. Pero, por encima del verbalismo escolástico y vicioso, o de las posiciones favorables de islamistas, cristianos y judíos, parecen haber perdido todos el juicio ante el verdadero problema de inseguridad que esas túnicas generan. Y de la incongruencia de que solo se prohiba llevar el rostro oculto en los centros oficiales, como si solo en ellos se pudieran cometer delitos. Reduciendo la cuestion al absurdo, deberíamos considerar nuestro derecho de ciudadanos a ir por la calle de esa guisa o velados con un antifaz.
La historia del Bajo Imperio relata como los senadores de Roma debatían el problema de la infiltración de los pueblos bárbaros, cuando sus ejércitos estaban ya aposentándose en las fronteras.
Darío Vidal
27/01/2010
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