viernes, 5 de febrero de 2010

La Oración de Zapatero


Tal vez la única cosa de que esta seguro Zapatero es de que duda, lo que no es dudoso conociendo su talante.

Tampoco se compromete a negar. No dice ser ateo porque esa es una afirmación comprometida. Y concorde con la prohibición de fumar y las medidas subsiguientes inspiradas en el sí pero no, el señor presidente opina que no puede afirmar ni negar la existencia del Absoluto. En ese sentido ha resultado muy dignamente parado en el envite teológico que le plantearon, no sé si tan candorosamente, los del Desayuno de Oración.

Diré más aún. Es probable que su pieza oratoria del jueves fuera una oración verdadera. No es necesario salmodiar avemarías --o padrenuestros, para atenernos a la tradición luterana-- para entrar en comunión con Dios. Y puede que tampoco sea necesario adscribirse a un credo para orar. No lo sé. A lo mejor estoy colándome sin quererlo en las simas de la herejía. No lo permita el cielo. Pero de mi época de estudioso de la Filosofía me queda el barrunto de algún pensamiento de los teólogos sobre la eficacia de la voluntad de transformación y de la capacidad de poder de los asediados por la solead y la turbación, de modo que adentrarse con determinación en el arcano de lo que excede la esfera de lo natural puede cambiar el curso de las cosas.

Eso dicho con bastante tosquedad.

Cierto es que siempre se puede recurrir a lo casual o al hecho milagroso para una explicación de urgencia. Y no seré yo quien desvele lo que me dejaría en la desnudez y sin ningún asidero. Pero yo he entrevisto alguna vez la luz.

Desde luego que la representación que supone toda interpretación política no favorece el clima más adecuado para entrar en el Misterio completamente despojado y desnudo, pero nadie puede ponerle puertas al campo.

De hecho, se corresponde todo tan poco con lo previsible y los paradigmas visitables; es tan infrecuente que un desconocido como el presidente Obama se adentre en el laberinto insondable de otro desconocido como Zapatero; que coincidan y hagan coincidir a ambos en un acto tan futil y desvahído, tan sorpresivo y contingente, que es posible caer en la confusión y el apriorismo.

De modo que es posible que, sin saberlo ni ellos ni nosotros, hayamos despedido la jornada en comunión y bien rezados.

Darío Vidal
05/02/2010

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