Contemplábamos la nieve mientras huroneábamos caminos. Y como los Reyes Magos me han traido un divertido GPS, sugerí ir a probarlo por el Maestrazgo cuya orografía conozco como sus caminos, con una amiga tan querida como paciente. Argumenté para seducirla que sabía muy bien lo que hacía y que tengo por cierto que los experimientos hay que hacerlos con gaseosa como dijo alguien.
Pero el cielo se tornaba translúcido, lechoso y uniforme, y parecía tentado a reincidir. “¿No será una imprudencia?” “Pero si estamos aquí al lado”. Así es que programé una población y comimos gustosamente en un hostal pintoresco del camino.
Repostamos y después de recorrer poblaciones conocidas y lugares bellísimos, el GPS comenzó a dar muestras de inquietud porque no lo había reprogramado y se empeñaba en que habíamos de regresar. De modo que optamos por hacerlo. Mas, por completar la experiencia, activé de nuevo el sistema de orientación global por satélite cuando ya anochecía.
Pareció al principio que nuestro itinerario se ajustaba a la ruta requerida y coincidían trazado, cruces y curvas. Así que confiados en el viaje de ida, pusimos música y nos relajamos con la charla ya que no se veía el paisaje. Pero a la segunda vez que pasamos por la misma población me alarmé, aunque hice que no me enteraba. “¿Tu has visto lo que yo?” --dijo mi acompañante. Y no pude negarlo. Verifiqué sobre la marcha los datos y continuamos. La conversación comenzó a languidecer y el tiempo se hacía cada vez mas largo. Minutos después apareció una gasolinera sin servicio que habíamos visto antes.
Detuve el coche, repasé el “Tom-tom” sintiéndome amargamente aludido, comprobé todo con calma y seguimos la marcha. Al cabo de un rato empezamos a dar saltos. “Me parece que hemos entrado en un camino”. “Es que a veces actualizan los itinerarios antes de estar en uso” --mentí. Luego vadeamos un arroyo. “¡Haz el favor de volver, que estamos perdidos!” Pero yo había resuelto probar hasta el final aquel chisme.
Accedimos a unos cobertizos con una casa en ruinas. No había salida. Pero el optimista satélite orientador decía que aquello era una carretera. Cuando logramos dar la vuelta, tuvimos que deshacer el trayecto laboriosamente. La relación era tensa, estaba todo encharcado y el tablero indicaba las doce de la noche. Paré para saber dónde estábamos y la pantalla del GPS no dejaba lugar a dudas: “Tallin”. ¡Cómo no iba a ser tarde si estábamos en Estonia!
Renuncié a tan tentadora expectativa dándome al diablo. ¡Joder con la tecnología!
Darío Vidal
17/03/2010
Pero el cielo se tornaba translúcido, lechoso y uniforme, y parecía tentado a reincidir. “¿No será una imprudencia?” “Pero si estamos aquí al lado”. Así es que programé una población y comimos gustosamente en un hostal pintoresco del camino.
Repostamos y después de recorrer poblaciones conocidas y lugares bellísimos, el GPS comenzó a dar muestras de inquietud porque no lo había reprogramado y se empeñaba en que habíamos de regresar. De modo que optamos por hacerlo. Mas, por completar la experiencia, activé de nuevo el sistema de orientación global por satélite cuando ya anochecía.
Pareció al principio que nuestro itinerario se ajustaba a la ruta requerida y coincidían trazado, cruces y curvas. Así que confiados en el viaje de ida, pusimos música y nos relajamos con la charla ya que no se veía el paisaje. Pero a la segunda vez que pasamos por la misma población me alarmé, aunque hice que no me enteraba. “¿Tu has visto lo que yo?” --dijo mi acompañante. Y no pude negarlo. Verifiqué sobre la marcha los datos y continuamos. La conversación comenzó a languidecer y el tiempo se hacía cada vez mas largo. Minutos después apareció una gasolinera sin servicio que habíamos visto antes.
Detuve el coche, repasé el “Tom-tom” sintiéndome amargamente aludido, comprobé todo con calma y seguimos la marcha. Al cabo de un rato empezamos a dar saltos. “Me parece que hemos entrado en un camino”. “Es que a veces actualizan los itinerarios antes de estar en uso” --mentí. Luego vadeamos un arroyo. “¡Haz el favor de volver, que estamos perdidos!” Pero yo había resuelto probar hasta el final aquel chisme.
Accedimos a unos cobertizos con una casa en ruinas. No había salida. Pero el optimista satélite orientador decía que aquello era una carretera. Cuando logramos dar la vuelta, tuvimos que deshacer el trayecto laboriosamente. La relación era tensa, estaba todo encharcado y el tablero indicaba las doce de la noche. Paré para saber dónde estábamos y la pantalla del GPS no dejaba lugar a dudas: “Tallin”. ¡Cómo no iba a ser tarde si estábamos en Estonia!
Renuncié a tan tentadora expectativa dándome al diablo. ¡Joder con la tecnología!
Darío Vidal
17/03/2010
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