lunes, 12 de abril de 2010

El silencio de las campanas


Acaba de morir una vieja amiga. Su muerte ha sido súbita, silenciosa y callada. Sin previo aviso. Y ello hace mas doloroso para mi el silencio de las campanas.

Hace algún tiempo, sonaban las de las horas y los cuartos, las de difuntos, de duelo, de boda, de alegría y de gloria. Hasta hace unos veinte años, aún “tocaban a muerto”. Las horarias murieron antes porque son las que antes molestaron. No se sabe por qué, los tañidos del tiempo, que habían acompañado la labor de los días desde siglos, resultan precisamente ahora insoportables. Es verdad que el trabajo no se desarrolla ya en torno a los campos y el campanario, y que cada cual mide las horas, mejor o peor, mirando esa suerte de esposa o de grillete que todos llevabos aferrado a la muñeca. Aunque antes acertábamos, o nos quivocábamos, todos, que era como no estar confundido; en tanto que ahora todas las horas individuales son imprecisas.

Ha muerto Úrsula impensadamente cuando iba a salir de casa, pero no lo ha avisado a nadie. Ni antes --ya que antaño, se me ha olvidado. también había un “toque de agonía” que ya no conocimos los de mi edad--, ni cuando ha corrido ya la voz entre los suyos.

No tengo ningún apego a las póstumas y vacuas honras fúnebres, pero echo en falta el pausado, el quedo toque de difuntos que alerta de que ha muerto un cristiano, que acaso midió el tiempo y los sucesos de su vida por el agudo cantar o el grave vibrar de los bronces ahora mudos, precisamente cuando a la polución industrial, los vertidos tóxicos y lo que se ha dado en llamar “contaminación sonora” nos ponen hasta los oídos perdidos de basura, desazón, estridencia, bocinas, escapes libres, ruidosos botellones y estrés.

Según los criterios que estamos estableciendo para la percepción de lo ruidoso, por encima de los sonidos que han acunado nuestras vidas hasta percibirlos como una segunda naturaleza, habríamos de proscribir el rumor de las voces, la salmodia de la oración, el murmullo del agua, el crotalar de las cigüeñas, el aleteo de las hojas al viento, el croar de las ranas, la llamada del almuecín en lo alto del minarete, el monótono y adormecedor estridular de las cigarras y el piar de los pájaros. Y desde luego el toque de las campanas, que compendia en nuestro ámbito todas las formas de lenguaje con que se han comunicado las personas desde hace dos mil años, para dar las noticias y expresar su emoción.

Duerme, Úrsula, tu sueño, sosegadamente, que alguien hará que suenen en mi luto las enmudecidas campanas de las Dominicas.

Darío Vidal
12/04/2010

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