martes, 20 de abril de 2010

Los fantasmas de Katyn


De vez en cuando tenían que detenerse. A los pobres verdugos del bosque de Katyn les dolían las muñecas del retroceso de sus pistolas, cuando disparaban en la nuca de los prisioneros polacos.

Era una tarea precisa,discreta y fatigosa, porque los oficiales soviéticos les habían encomendado economizar la munición y, por lo visto, tambien las palas, porque las fosas comunes habilitadas para cubrir aquella mercancía, rebasaban de miembros desnudos, rostros de jóvenes que fueron volviéndose calaveras, y dedos crispados como ramas arañando el cielo.

Stalin y Beria habían decidido que alguna gente --soldados, oficiales, profesores, abogados, médicos, estudiantes, sacerdotes, dos o tres generales, profesionales liberales y un par de obispos-- eran “contrarrevolucionarios” y había que actuar en consecuencia. Llegaron a mas de 70.000. Los iban cargando en camiones, de trescientos en trescientos, y se los llevaban. No sabían a dónde, pero en aquellos tiempos de guerra no había lugar para el asombro. Aunque no temían nada porque no eran conscientes de ninguna culpa. Sobre todo los más jóvenes. No regresaron nunca. Los descargaban junto a las grandes fosas de 28 por 16 y unos cuantos matarifes disparaban y les empujaban mientras daban los últimos estertores sobre la carne agonizante de quienes les habían precedido.

No oculten la mirada como quien va al cine creyendo que es un mal sueño de otra época. No hablamos de la Bibilonia de Nabucodonosor y los cestos repletos de los sangrantes prepucios de los combatientes. Estamos en esta Guerra, en las guerras de Méjico en Chiapas, en las de Centro y Sudamérica, las de los indios “misquitos” y las que costaron la vida a Monseñor Oscar Arnulfo Romero y al padre Ignacio Ellacuría Beascoechea en El Salvador. Lo mismo que los del bosque de Katyn.

A veces, sin embargo, la vida nos da indicios de que escampa, una vez purgados los pecados. Pero da la impresión de que queda alguna cuenta pendiente y en nuestros días no han aplacado su ira los fantasmas de Katyn.

Es muy liviano el consuelo de que esta vez la muerte no haya venido de la mano de los hombres. Porque el hecho de que el viejo Tupolev que se aproximaba a Smolensk para sellar la reconciliación de Polonia con la nueva Rusia, se estrellase a la vista del bosque de Katyn, no ha hecho sino centuplicar la pena y dejar otra vez huerfano a un pueblo sin sus líderes.

No se quién teje los hilos del destino para impedir el sosiego de los muertos, ni qué culpa contrajeron los inocentes para que las Parcas se obstinen en negarles el olvido y el descanso.


Darío Vidal

20/04/2010

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