sábado, 8 de mayo de 2010

El naufragio de Rajoy


Rajoy naufraga en Valencia. Bien está ser leal a los amigos, los colegas, los condiscípulos, los correligionarios y los vecinos. Pero cuando la evidencia se pone del lado de la Culpa no hay manera de lavarla con buena voluntad. Y el señor Camps huele que apesta.

Verdad es que la situacion en la Comunidad Valenciana no es fácil. A una formación hasta ahora ganadora es arriesgado darle la espalda, sobre todo cuando no hay alternativa. Dasnudar a Rita Barberá para vestir a José Camps exige disfrazar a más de un santo, pero un grupo de ciudadanos se apiña tercamente para elegir a los dirigentes contaminados.

El presidente de los populares parece no haber comprendido que la prudencia no debe estar reñida con la decisión y la energía; que se puede extremar la paciencia solo hasta que se impone la evidencia, y que, como se dice con sobrada frecuencia, sólos los indicios constituyen en sí ya una acusación. Los dirigentes, los políticos, los clérigos –ahora tan de moda-- y los santos, no pueden ser opacos a la luz porque cualquier turbidez les daña.

Hace tiempo que el PP se ha rezagado y ya no es útil a un proyecto. Si el PSOE de Zapatero acude y se retracta de todas las cosas antes de que los ciudadanos las digieran, igual que una desorientada gallina degollada y acéfala, el PP dormita arreféxico con el sopor de los lirones, para alzar de vez en cuando la cabeza y decir: “De qué se habla, que me opongo”.

Si los socialistas ya en el poder optaron por continuar con el papel de Oposición, los conservadores debieron tener la audacia de asumir un papel de Gobierno, promoviendo iniciativas y trazando planes, aunque no hubiese sido mas que desde un punto de vista formal. Pero es imposible sobrevivir sin esa tensión bipolar que generan las opciones enfrentadas.

Y he aquí que el equipo que se postula como alternativa de gobierno, es incapaz de gobernar a su grupo. Eso es lo que tienen las tristes directivas "dictablandas" que no supieron diseñar una nueva Ley de Educación cuando pudieron, ni reformar la Ley Electoral que hubiera abierto a otras opciones el pensamiento político sin caer en los chantajes del nacionalismo más lugareño y retrógrado. En el pecado llevamos la penitencia, o por mejor decir: por su culpa irresponsable soportamos el castigo de nuestra poquedad acobardada. Pero el último PP no ha sabido alzarse más que para decir que no. Y no ha aprendido todavía la elemental enseñanza de que la mejor campaña se argumenta con el ejemplo.

Ahora nos hemos quedado todos sin alternativa. Porque ninguno de los dos líderes en el candelero tienen nuestra confianza.


Darío Vidal
08/05/2010

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