jueves, 3 de junio de 2010

El Contubernio


Se cumplen años del famoso “Contubernio de Munich” que supuso un ensayo de aproximación democrática, después de años de recelo de los unos y los otros, alimentado por el rencor de la culpa que suele aquejar a los que ganan, el odio de los perdedores, y el resentimiento inexplicable de Francisco Franco, que alentó a dos turiferarios genuflexos como Rafaél Arias Salgado padre y Adolfo Muñoz Alonso, a que bautizaran el encuentro de Baviera por la reconciliación con el título infamante que se da a un ilícito vínculo clandestino, o la turbia confabulación en detrimento de terceros.

Cobra especial significado la efeméride cuando ciertos personajes detestables, pretenden, a toda costa, romper, desgarrar y enconar a familias azotadas por el dolor de muchos años, y endañar y reavivar los rescoldos del incendio devastador que generó tanta muerte.

Si algún día Zapatero respondiese políticamente por sus actos como merece, abogaría por que le aplicaran la forma de destierro ejemplar que los griegos apodaban ”ostracismo”, porque no hay crimen comparable al del político que pretende desunir y enfrentar a los ciudadanos, en lugar de convocarlos a compartir una tarea de progreso. Cualquier entrenador de tercera división estará de acuerdo con lo que digo.

Más que la impiedad del sacerdote y la prevaricación de los jueces, sembrar la discordia entre los gobernados, es el crimen mayor de un político, porque si el gestor de la “res publica” tiene el compromiso de allanar caminos y tender puentes, alentar el encono entre los ciudadanos se me antoja traicionar la tarea mas noble que debiera proponerse un hombre de estado.

Rindo homenaje al “Contubernio” no solo porque se le recodase hace unos días en la prensa, sino porque entonces pareció, por una vez, que todos estábamos de acuerdo en mirar hacia el futuro, aventando los malos recuerdos, olvidando las rencillas mezquinas y dando por no vistas ni oidas tantas cosas dolorosas que embarraban el camino.

Entonces, muchos españoles enfrentados durante años y en ocasiones transterrados --como debieran estarlo ahora los que dividen--, se pusieron a dialogar para volver a caminar juntos. Y ahora que sus hijos han tomado ya el relevo y todo parecía más fácil, se han puesto a exhumar cadáveres y a borrar las listas de las lápidas, en nombre de la memoria, cuando el recuerdo debería exigir precisamente que todos los apellidos, las familias y las sangres mezcladas, que el azar separó, volvieran a reconocerse como afluentes de la misma vida y participantes de la misma estirpe.

Pero, amigos, no hallamos dirigentes con cordura.


Darío Vidal
03/06/2010

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