viernes, 11 de junio de 2010

La broma de Berlusconi


Un día en que José Luis Rodriguez Zapatero se despertó con cuerpo de jota dijo que tenía acobardado al mandatario francés por cómo gestionaba la crisis económica en nuestro país. Y ya, metidos en gastos, afirmó además que, más al sur, “il Cavaliere” se estaba muriendo de envidia por la evolución, progresión y solidez de España, y se ofreció a aconsejar a ambos en materia económica, desinteresadamente.

Don Nicolás Paul Stéphane Sarkozy de Nagy-Bocsa parece que no lee la prensa española porque desconfía de poder aprender nada de los vaivenes zapateriles, y bastante tiene con atender a Carla Bruni adecuadamente. Pero don Silvio Berlusconi, que tiene vacante “il cuore” desde su divorcio de Verónica Lario y el alegre episodio de las “bacantes” veinteañeras en su residencia de Villa Certosa, es curioso, entiende el español, lee los chismes y pasatiempos de los periódicos y se enteró de las bravuconadas del leonés.

Cuentan que cuando vió asistir devotamente a Zapatero el catecúmeno, al Desayuno Nacional de Oración el 4 de febrero en Washington, dió un respingo. Pero, claro, tenía entonces lejos al español --o lo que sea (“Yo soy un ciudadano del mundo”)-- y no pudo comentar la sorprendente piedad de un agnóstico súbitamente converso. Pero la pelota siempre viene al tejado. Y la ocasión se presentó esta misma semana con ocasión del viaje al Vaticano.

El atribulado y laborioso ZP no había tenido tiempo de cumplimentar la rutinaria cortesía de visitar el Estado Vaticano, hasta la última semana de su deslucido mandato como presidente de turno de España en la Unión Europea. Son cosas de inoportunidad y de destiempo, como cuando no quiso alzar las posaderas del asiento, mientras desfilaba por la Castellana la enseña de los Estados Unidos de Norteamérica –como de Botswana, de Fidji o las Seychelles--, porque George Bush nos caía mal a casi todos.

Pero he aquí que el Sumo Pontífice, un hombre ya viejo, infinitamente más inteligente, superlativamene más culto, zorro como político veterano y sutil como heredero de la Diplomacia más antigua y exitosa del Planeta, le afligió con la “sacralidad de la vida desde su concepción” refiriendose a la Ley del Aborto, con el compromiso de la Educación y la Ley de Libertad Religiosa que supone la supresión de los símbolos cristianos. Mas al despedirse, Benedicto XVI no renunció a impartir su bendición y hacer bajar al Altísimo sobre la cabeza del aturdido y azorado Zapatero.

Aunque lo mejor vino luego en el Palazzo Chigi, cuando Berlusconi se vengó declarando “santo” a Zapatero –aunque él se jacta de no serlo-- porque “había recibido la bendición del Papa y estaba en estado de gracia”.

Hay días en que no debería levantarse uno.


Darío Vidal
11/06/2010


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