martes, 15 de junio de 2010

Salir del túnel


Yo no soy economista pero todos tenemos un modo instintivo de valorar los problemas y de administrar nuestra ruina. Algunos se aprietan el cinturón y restringen gastos; otros brujuléan, lo analizan todo y utilizan la imaginación para descubrir dónde hay un nicho donde ejercitar la fantasía.

La primera es la receta de los inseguros y la segunda la de los audaces. Pero no se dan éstas dos opciones en estado puro, según pienso. Es preciso dosificar juiciosamente el riesgo y el ahorro.

Mas, sobre todo, es imprescindible actuar con honestidad, cordura y diligencia. Porque, aunque nos produzca rubor, los administradores suelen dilapidar los recursos. Y no suelen tener conciencia de culpa. Poseen la percepción infantil de que “el dinero público no es de nadie” como ha dicho algunas veces aturdidamente el presidente Zapatero, expresando un punto de vista no exento de consecuencias como advertimos al observar cómo nuestra administración se despeña por el pedregal.

Sería preferible tomar conciencia de que el dinero público es de todos.

Realmente produce vértigo conocer las cifras del despilfarro, del dinero pródigo y generoso, aún no penetrando en el terreno de lo ilícito.

Corre por Internet una relación con sueldos de ministros, consejeros, diputados, altos cargos, áulicos asesores políticos, parlamentarios de todos los colores, autoridades estatales, autonómicas, provinciales, comarcales y locales, con alcaldes, ediles y demás gestores de la cosa pública, que espanta, porque además estos beneméritos empleados se nutren de combustibles tan sensibles como el presupuesto, las subvenciones y el gasto. Y uno no acierta a responderse a cuántos funcionarios tocamos cada cristiano y cual es la clientela a quien debe atender cada cual. Una interrogación que parece demagógica y no lo es. Porque, aunque parezca mentira, no se conocen la frontera, las lindes y los emolumentos de mulitud de colaboradores de tercer escalón.

Visto de pronto, parece fácil utilizar las tijeras con objeto de poner coto a una situación tan escandalosa, pero al mismo tiempo se revela como una tarea sumamente difícil por lo viciado de la situación.

Qué hacer para salir del túnel. ¿Lo que decían los jesuítas, de orar como si todo dependiese de Dios y esforzarse como si todo dependiese de nosotros? O traducido a lenguaje más láico ¿ahorrar, administrarse, discurrir y trabajar como un negro? Pero para eso, amigos míos, hace falta querer. Y no distraerse con el chocolate del loro de los gastos imprescindibles de los pobres "pecheros", para actuar contra los malversadores del “apparat” y la obscena opulencia de los mercaderes de partido.


Darío Vidal
15/06/2010

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