domingo, 18 de julio de 2010

A una mascota dormida


Cuando sus propietarios me dieron anoche la noticia, ya la intuía. “Bolita”--como bautizó Iris a su juguete--, había muerto.

El día anterior ví que la llevaban en brazos y apenas reparó en mi. No se movía y sus ojillos apenas chispeaban. Llevaba el pelo corto, lo que encarecía más si cabe lo magro de sus carnes, e iba limpia, perfumada y desusadamente acicalada, como si la trajeran a despedirse. Y me entró como un helor por las sienes.

No acercó la cabeza para olisquearme ni desvió su diminuta trufa húmeda cuando la acaricié. Hacía tiempo que no acudía a saludarme estrepitosamente ni se me subía a las rodillas dando saltos. Aquello había pasado. También ese fulgor de energía inacabable que son los “shih tzu” tibetanos, se agosta con los días. “¿Qué te pasa, estás triste..?” Y noté como si se le empañasen los ojos, antaño rutilantes de brillos, hasta hacerme desviar la mirada.

Había nacido cuando Iris cumplía los cinco o seis años, y está ahora terminando Ingeniería Aeronáutica. De modo que, aunque duela mucho, la cuerda ya no daba para mas. Se ha ido, o han hecho que se vaya, cuando su dueña ha terminado el tercer trimestre. Nada hemos hablado porque resulta todo ocioso, y daría cualquier cosa por no empañar de llanto la verde mirada aterciopelada de Iris.

Pero aún sin pretenderlo, la casa toda se ha teñido de luto para mi, y la dormición de esa bolita de seda bulliciosa me ha puesto ante el enigma inabarcable de la muerte, que comienza por interrogarnos sobre la vida.

¿Qué es la existencia, la conciencia, la volición y la elección de una amistad? ¿Qué hizo a “Bolita” amarme y no detestarme? ¿Saben si el alma se aloja, como han dicho algunos, en los abismos de la Glándula Pinneal?

Nada más lejos de mi propósito que abismarme en la literatura obituaria, en este lúgubre trance. Y nada menos oportuno. Pero su puñadito de vellón algodonoso, tibio y palpitante, tiene para mí mas entidad que algunos magistrados –es un decir-- o que el vecino del cuarto primera. Y me desgarra pensar que ya no va a dedicarme ni siquiera aquella triste y desdeñosa mirada postrera. Aunque yo no olvidaré su provocadora incitación a jugar, ni su amistad de criatura humilde y aparentemente prescindible, que se alegraba por el solo hecho de verme y que tanta ternura me ha regalado.

“Siento que la soberbia y la arrogancia de los teólogos hayan privado de valor tus sentimientos y me nieguen el derecho de añorarle como a un igual. Y debo decirte que si un día revivo en otra parte, desearé tenerte a mi lado para merecerte, temblorosa mascota, desmadejada y dormida”.


Darío Vidal
10/07/2010


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