viernes, 15 de octubre de 2010

Basura en Atacama


Todo acto desinteresado y hermoso suele diluirse en la pringue venal del dinero, en la tentación bastarda del lucro. Temo que la lucha altruísta y unánime de Copiapó por salvar a 33 mineros de la mina San José en el desolado desierto de Atacama al norte de Chile, va camino de convertirse en un mercadéo, un circo, un cambalache y una subasta.

No ha cogido a nadie por sorpresa, a ser sinceros. Pero el hecho de que la operación de salvamento haya sido tan pulcra, tan minuciosa y tan limpia, ha estimulado la precocidad de la puja. Y cada minero hecho ya “personaje” tiene a estas horas su cotización. Por supuesto que el bígamo tiene mas valor que el ingeniero que concibió la estrategia logística del rescate, y la novia que pidió a su hombre que se casase, en la incertidumbre tenebrosa de la mina, cuesta más que el padre de cinco hijos que aguardaba en el limbo. Y no tiene valor alguno el ministro de Minería, Laurence Golborne, quien coordinó con precisión admirable el complejo operativo.

No me gusta distribuir culpas ni buscar responsables. Cada cual valore por sí las razones de su elección. Pero la más bastarda es la que se funda en la avaricia.

Les confieso que, como periodista, me gustaría saber de esas familias y la peripecia de sus vidas para contarlas sin otra contrapartida que la enseñanza de su experiencia. Pero en estos casos se adelanta siempre el especulador en forma de editor, productor, promotor o asesor de imágen, llevando de la mano a los protagonistas menesterosos, con el señuelo de la vanagloria, la notoriedad o la codicia, de la que obtienen la parte del ratón.

A mi me impresionó la madurez y el equilibrio de Mario Sepúlveda, el feliz, el risueño, el desinhibido agitador del grupo, cuando, recién salido del cesto, decía: “No quiero que me traten como artista ni como animador: yo nací para morir amarraíto al yugo". Él sabe que la ambición, la competencia, la envidia y el dinero, son lo que arruina casi siempre las amistades más puras.

Luego los que dan la cara –y se dan la muerte-- son los decepcionados que han perdido, con la plata y los amigos, la paz del espíritu. Aunque sean los menos culpables porque, como decía sor Juana Ines de la Cruz cuando afeaba el acoso de los hombres y justificaba a las seducidas: “O cual es de mas culpar/ aunque cualquiera mal haga/ el que peca por la paga / o el que paga por pecar”.

Disculpen si se me pone cara de predicador. Pero lo cierto aparece a veces tan diáfano que sería una traición no proclamarlo.



Darío Vidal
15/10/2010


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