sábado, 30 de octubre de 2010

Lo que no supo Marcelino Camacho


Marcelino Camacho me caía bien. No lo vi nunca y jamás le hable, cosa rara durante la revuelta marea de la Transición por la zona franca de Barcelona, donde padeció su vía dolorsa aquellos años.

Me pareció siempre un hombre honesto y me lo ha confirmado al partir para siempre, que es cuando se puede hacer el balance de las obras de toda una existencia. Y Marcelino Camacho, al que sólo vi y oí mil veces a través de los medios. era un hombre de una pieza, ni altivo ni servil según los casos, porque se miraba cada día para repetirse como el César que no olvidase que era hombre. Y puede que tuviese alguna parte de mérito ese láico exámen de conciencia en su intimidad, para que el poder, la jerarquía, la vanidad o la avaricia no lo venciesen con la lisonja ni el dinero.

Lo cierto es que no debía de sentir por él ninguna simpatía, pues me costó el trabajo mejor remunerado que había tenido hasta entonces. Acababa de escalar prematura e inexplicablemente una de las más altas dignidades de la Compañía y me aplicaba con la diligencia apasionada de la bisoñez en la imágen corporativa, unos cuantos innovadores proyectos y el diseño de unas redacciones móviles que iba a instalar en furgones de la casa, con el mejor material imaginable entonces, teletipos, telefax, laboratorios, un estudio con lineas microfónicas y antenas de audio y video, servidos por ingenieros, para salir al aire con toda la garantía y la nitidez requeribles para cubrir eventos deportivos. Y todo se frustró.

En el tiempo que me dejaba la promoción de eventos, me ocupaba de diseñar la logística del nuevo acontecimiento: la cobertura informativa del “Tour” de Francia que iba a ser mi gran despegue.

Pero no llegamos a tiempo. Un día, en la reunión matutina del “staff” de dirección me sugirió alguien hablarme en privado un momento. Fué una charla confiada al comienzo, pero empece a comprender que hablábamos de cosas distintas. El realidad aquel proyecto podía esperar “sine díe”. Todo se haría pero a su debido tiempo. De momento se trataba de servir la cabeza del Bautista. Era eso: crear el clima, hacer ambiente, mover las cosas. Y eventualmente, si era necesario, ayudar un poco cuando se celebrase el juicio.

Y dije que no. Era el derrumbamiento de todo un edificio. Pero no podía declarar sobre algo en que no creía ni había visto. Mi aventura con credenciales especiales, códigos, llaves de uso privado y otras fruslerías, había durado no llegaba a dos meses. Dije que no, me despedí y entregue las llaves como en las plazas de toros.

Al descender por el desmonte hasta mi custodiado aparcamiento reservado, vi por última vez el rótulo maltrecho y desconchado de una fabrica de complementos y accesorios para chacinas que corría pegada a la vía férrea. “Tripas especiales La Intestinal”. Y tuve que volver la cara para no vomitar.

Aprovecho que no me oye para decirselo, porque nunca le hablé.


Darío Vidal
30/10/2010


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