viernes, 29 de octubre de 2010

Masoquismo y hedonismo


Conciliar del deber con la devoción es el secreto de la felicidad y del éxito. Vemos por ahí a individuos que son mecánicos de coches veteranos, electricistas o carpinteros “de afición”, sin que nadie les haya enseñado, pero que trabajan por ejemplo en Correos, o de recaderos de un abogado que es lo que les cuesta más esfuerzo y les gusta menos, asumiendo la maldición biblica del sudor de la frente. Es el planteamiento masoquista y penitencial que ha hecho polvo a miles de personas. Esas que un día nos asombran tocando el piano, hablando en ruso de corrido porque lo aprendieron, a solas, para leer a Tolstoi –como cierto individuo que conocí--, o convirtiendo un trastero en factoría para conseguir pilotar un “Aston Martin”.

E imagina uno el esfuerzo que serían capaces de trocar en felicidad, si un día mandasen a paseo la oficina para hacer lo que “solo es una afición”. Aunque los más no se permiten instalar un aire acondicionado o tallar un busto de madera, porque para ellos son actividades tan placenteras que a lo mejor ofenderían a Dios hurtándose al castigo. Porque una ocupación que no comporta sufrimiento no debe ser “un trabajo serio” según parece.

No se rían, que no es broma. Yo he oido decir a un anciano, en serio, que “¡que fácil sería hacer lo que a uno le gusta!” pero que eso no tiene mérito: por lo visto no hay que hacer lo que gusta, sino “lo que toca”. Lo que acaba a uno tocándole cualquier cosa... como cuando a alguien no le gusta hacer nada y se empeña en cobrar facturas retocadas que no debe.

Frente a esa fatalista actitud de “trabajador masoquista”, es posible dar con algunos, dispuestos a exprimir el goce como meta única, hasta arruinar su existencia en el piélago del hedonismo, que es otra manera de fracasar. Pues también hastía convertir cada jornada en una fiesta. Los latinos que transitaban el estoicismo con Marco Aurelio, hacían profesión de cordura proponiéndose no desear “de nada demasiado”.

Levantarse tarde, holgazanear sin rumbo, remolonear en el lecho y llevarse la copa puesta a todas las tertulias, puede parecernos el colmo de la dicha, pero es la apuesta perdedora. Como la de los que se despojan del vestido para librarse del sol, como suelen hacer los "guiris". ¿Quien ha visto a un hortelano sin algo en la cabeza, un pescador descamisado o un marinero desnudo, capaz de haberle durado seis horas al sol. Por el contrario, en los desiertos se cubren del revestimiento isotérmico más natural, desnudando a los camellos.

La via de la Naturaleza suele oponerse a la del gusto; el camino mas recto suele a veces ser sinuoso, y la felicidad no es fácilmente soportable. Según los sabios, la virtud reside en el término medio



Darío Vidal
29/10/2010



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