sábado, 6 de noviembre de 2010

Del Poder arbitrario


Hace cosa de un mes recibí una carta de Hacienda, con una multa de Tráfico de Barcelona, cursada por un policía catalán y remitida a un pueblo de Aragón. Y como en Barcelona no había modo de dar conmigo, dejaron que transcurriesen todos los plazos, hasta que cayeron en la cuenta de que, a lo mejor, yo vivía donde declaraba vivir y no estaba “missing”.

La ventaja era que así debía pagar la multa con recargos y apremios. Parecía un enredo urdido por la “N'Drángueta” ,”La Mafia” o “La Sacra Corona Unita”. Pero yo busqué a un abogado y no aparecen las denuncias, las fotos, las pruebas, ni nada parecido. Sólo una matrícula y el importe.

Lo único claro es la neuseabunda actuación de la Guardia Urbana, por el abuso y la impunidad con que actúan algunos individuos cuando se disfrazan con la gorra. Es tan triste como el amedrentamiento con que admiten su indefensión los sin voz, los mindundis y los don-nadies, que son las víctimas de la calle destinadas a “ganado”. Da vergüenza esa rendida sumisión del proletariado respetuoso con el pícaro de la gorra sin autoridad. Porque el poder no lo confieren los símbolos sino el ejemplo.

Sí, ya sé que da risa. Pero el poder que se impone sin merecimiento, no debería acatarse. Sería razonable admitir que solo puedan mandarnos aquellos que tengan potestad, esto es “auctóritas”, para hacerlo. Lo que expresó con mas nitidez Hermann Hesse vuelto por pasiva, al afirmar que “Cuando se teme a alguien es porque le hemos concedido poder sobre nosotros”. Aunque el escritor se refería al ilícito poder bastardo y no al ejemplar. Ese poder impuesto, por el que he tenido que apoquinar 480 reales de vellon sin ninguna prueba y sin saber qué se me imputa.

No resulta fácil acertarlo en plena Via Layetana, donde no se puede correr, no se puede aparcar, no se puede adelantar, no se puede tocar la bocina, y la circulación va encauzada como por un desagüe. No quedan mas opciones que el alcohol y la droga, pero no provoqué ningún accidente que me inculpe, ni me paró nadie para practicarme una prueba clínica.

Me acuerdo del argumento incuestionable de un agente, en coyuntura pareja, cuando circulando en caravana compacta durante kilómetros, me dió el alto, dejándome con la prensión de alguna luz fundida, una matrícula sucia, una puerta mal cerrada, un faro encendido, o qué sé yo, y me imputó exceso de velocidad. “¿Pero no ve que incluso es imposible adelantar? ¿A qué velocidad deben de ir los que me rodean?”

¡Lo siento pero le ha tocado a usted!”

Y fue antes de que a Rubalcaba y Pere Navarro les acometiera la vesánica urgencia recaudatoria



Darío Vidal
06/11/2010



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