lunes, 8 de noviembre de 2010

Lo bello como tormento


Decían nuestras abuelas que “para presumir, sufrir”, acaso para hallar consuelo al ahogo inmisericorde de las fajas. Aunque peor lo tenían las suyas, con los corsés como alevosas “boas constríctor” que les ceñían el vientre y el busto, hasta sofocarles la entraña y hacerles perder el aliento.

“La que algo quiere, algo le cuesta”, musitaban muy quedo sus abuelitas, hermosas pero pálidas como porcelanas chinas, al tornar en sí mismas despues del desvanecimiento. “La pobrecita se ha privado. ¡Son cosas de la edad!”-- comentaban con añoranza las de dos generaciones atrás.

Pero qué va. No se privaban por un parasysmo, un accidente, la regla, o la mirada de un buen mozo. Se desvanecían –¡cómo no iban a hacerlo!-- porque el corsé no les consentía el hálito para que aletease un jilguero.

Mas qué tipos, qué portes, que talles de palmera, qué cimbreos de junco al caminar: qué “juncales” muchachas las de aquel Romanticismo para morir de amor. Debió ser un tiempo exaltado y bello, aunque penoso, de no haberlo bendecido las muchachas, porque ya se sabe que “para presumir...“

Tampoco se libraron los mocitos de los sombreros de copa, las levitas entalladas, las largas patillas pobladas, el bigote rizado con tenacillas y los tupés y “quiquiriquíes” a lo “Figaró” que nos dan hoy tanta risa, porque no pensamos (“nihil novum sub sole”) en los de los “punkies” de esta misma tarde. Claro que “para presumir...”

Aunque esas modas comportaban sus servidumbres, como desafiarse por un dasaire, un desdén o una chanza mortificante a propósito del porte o el peinado. Y no digamos si andaba de por medio una pendencia de faldas, un rival o un pretendiente rechazado, pues por un quítame allá esas pajas, las cosas se complicaban con cuestiones de honor, que solían andar siempre por los aledaños de la bragueta y exigían lavarse con una estocada en el quinto espacio intercostal o agujerándose el cuero con una bala de revólver cualquier brumoso amanecer de otoño.

Así es que hasta ahora, nos hemos pasado la vida sufriendo en homanaje a la belleza. Padeciendo, por la belleza estética de un rostro lindo o un talle airoso, o la belleza moral de un gesto o una gesta desmedida, en la guerra o en un duelo, que debía llamarse así según barrunto porque no debía ganar ninguno de los contendientes.

Mas si no es fácil entender la tortura a cambio de la belleza en una cultura de “lo bonito”, es intrincadamente difícil de justificar el cultivo del tormento en la cultura (?) de la fealdad o “el feísmo”. Ahora volvemos para seguir con ello.


Darío Vidal
08/11/2010






No hay comentarios:

Publicar un comentario