viernes, 12 de noviembre de 2010

Morir con prisa


Nunca me había parecido tan propio lo del “requiescat in pace” al despedir a un finado. El deseo de que descanse en paz se me antojaba un formulismo obvio, innecesario y tautológico. Hoy he rectificado.

Eso era porque las muertes que había vivido –exiguas por fortuna en número-- no fueron nunca apresuradas. El enfermo languidecía recibiendo los cuidados pertinentes con más amor que eficacia, sobrevenía después de la postración una inesperada lucidez a la que los habituados llamaban, torciendo el gesto aprensivamente, “la mejoría de la muerte” y el desenlace sobrevenía al poco, calladamente.

El óbito es ahora un suceso apresurado, urgente, activo, coordinado y multidisciplinar, en que hacen falta anestesistas, reanimadores, expertos en Medicina del dolor –¡y mejor así!--, psicólogos y, naturalmente, los distintos especialistas con los que, en última instancia, fracasará el paciente. Porque el enfermo vence siempre al médico. Recuerdo lo que sobrecogía leer a los existencialistas de los que nos nutrimos, que el Hombre es “un ser para la Muerte”, cuando ése era un trance lejano e incluso improbable.

El fracaso del Hombre como proyecto fisiológico, apuraba nuestras últimas reservas de temor y de esperanza, pero la muerte sobrevenía más pausadamente y sin tanto sobresalto, aunque, en cualquier caso, agitase nuestra conciencia de seres con remate, con término y final. Pero sabíamos a qué atenernos, y al cabo de unos días, unos meses o unos años, una lápida al pie de unos cipreses –la cifra de la Inmortalidad-- nos hacía vivir la ilusión de que aquél a quien quisimos seguía estando allí. Para siempre, aunque cada día ese siempre fuese más dudoso y más corto. Era algo como el murmullo sosegado y grave de aquellas preces sahumadas de incienso, gregoriano y letanías, que nos otorgaban la placidez de un cierto consuelo.

También eso ha cambiado. Los allegados al negocio de ultratumba se refieren a sus clientes como a “fiambres”, seguramente para huir de una realidad que meditada con algún detenimiento, resultaría insufrible. (Todos conocemos anécdotas y bromas inocentes con que los estudiantes bisoños de Medicina pretenden ahuyentar los fantasmas).

Ya nadie espera sosegadamente su fin, sino que acude a su encuentro. Cada día aguardan al paciente analíticas, pruebas, contrastes, biopsias y sufrimiento activo. Como para aturdirse. No hay tiempo para que cada cual gane su propia muerte ni se recoja en si mismo, cuando aguarda la cremación.

Acaso los médicos pretender aturdir piadosamente a los agonizantes, entre camillas ruidosas, bandos de estudiantes presurosos que aletean sus batas, y mesas de curas que tintinean como la campanilla del Viático.

Debe ser difícil morirse escuchando “El Mesias” en paz.



Darío Vidal
12/11/2010

No hay comentarios:

Publicar un comentario