viernes, 17 de diciembre de 2010

El precio de la ruina




¿Saben ustedes lo que es estar pagando 75 millones de euros cada día? Yo tampoco. Es una magnitud tan inimaginable para mis alcances como las que baraja la física teórica, o los astrónomos que investigan en mecánica celeste. Con la diferencia de que pagar 75.000.000 de intereses todos los días --que son 12.000.000.000 de pesetas--, debe ser una pesadilla mitológica, una obsesión paranóica y una maldición bíblica.

Pues bien, esa es la futesa que hemos de desembolsar para mantener el Estado medio a flote, aparte de amortizar el principal. Nos estamos arruinando por culpa de unos memos inconscientes, como los lejanos países sin Estado que hasta ahora contemplábamos con vértigo, vaticinando la pobreza, si no a perpetuidad durante siglos. Un horror. Y no se entiende cómo hay partidos políticos que contienden en las elecciones para gestionar ese imposible .

Las empresas de rating –“Fitch”, “S&P”, “Moody's” y etc-- no dan un duro por nosotros, mientras Zapatero saca pecho asegurando que esto no es nada. El “apparat” socialista ya no sabe cómo salir del atolladero, pero el jefe se desliza a velocidad creciente hacia el abismo, esperando que un ángel lo alce de las axilas cuando pierda suelo, como en el chiste del creyente (“¿Y no hay alguien más cerca?”)

¿Quien ha dicho que es agnóstico? ¡Que va! Espera con el férvido entusiasmo que los niños los juguetes: tiene mas fe que un místico franciscano y la misma inconsciencia que un párvulo. Lástima que no tengamos tiempo para que se desengañe o aprenda de una vez. Porque ayer es ya tarde.

No se entiende cómo Pérez Rubalcaba, que ve crecer la hierba y no debió confiar nunca ni en los “Reyes” (¡toma una de Nueva Ortografía, García de la Concha!) puede contemplar el espectáculo sin perder el aliento ni apiadarse del batacazo del colega, a no ser que favorezca la catástrofe esperando ser él quien lo entierre. No lo se. Pero no debe ser fácil domeñar la obstinación contumaz de “El Niño de las Cortes”, nacido y criado en los escaños de San Jerónimo a su albur y su capricho.

Lo difícil es saber qué resuta más patriótico, util y juicioso: si frenar su carrera desbocada, o dejar que nos lleve finalmente al cuerno, para volver a empezar.

Darío Vidal

17/12/2010

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